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31 de julio de 2024

Usted no es mexicana. Curiosidades sobre la nacionalidad

Por: Daniela Gleizer
Los conflictos de nacionalidad de quienes eran mexicanos o se asumían como tales empezaban con una falla de origen: debido a que en México no existía —ni existe todavía— una cédula de identidad, no se contaba con un documento único que diera cuenta de la pertenencia nacional. Durante la segunda mitad del siglo xix y buena parte del xx el principal documento para comprobar la nacionalidad era el acta de nacimiento; sin embargo, el Registro Civil, creado por las Leyes de Reforma en julio de 1859, tardó muchas décadas en consolidarse, entre otras razones por la férrea oposición de la iglesia católica, lo que ocasionó que la práctica de registrar a los niños al nacer no se convirtiera en una costumbre extendida sino hasta muchas décadas más tarde. De hecho, existía un importante subregistro de nacimientos, tanto por las dificultades que implicaba establecer una nueva práctica, como por ciertos problemas que venían asociados con ella, particularmente que muchas personas no querían ventilar públicamente el origen de sus hijos. Pero también había un problema estructural y es que en muchas zonas del país no existían oficinas del Registro Civil. La consecuencia de esto es que, ante una acusación de extranjería por parte de las autoridades, los individuos que no tenían acta de nacimiento no podían justificar que eran mexicanos y podían ser expulsados mediante el artículo 33 constitucional. 

Por otra parte, mucha gente tenía dudas sobre su nacionalidad. Estas confusiones provenían de una serie de leyes y reglamentos que en ocasiones eran confusos y en otras se traslapaban. Hay que recordar que el ius soli (el principio de atribución de nacionalidad por haber nacido en un territorio dado) data en México de 1934. Con anterioridad, eran mexicanos quienes nacían de padres mexicanos (lo cual continúa hasta el presente). 

Algunos de estos conflictos los ocasionaba el que durante cierto periodo del siglo XIX la legislación disponía que los extranjeros que tuvieran hijos o propiedades en México serían considerados mexicanos si en el momento de tener un hijo o adquirir una propiedad no manifestaban su intención de mantener su nacionalidad original. Pero debido a que la mayor parte de la gente no sabía esto, eran considerados mexicanos sin su consentimiento. Parte de la confusión, además, surgía de que, entre 1886 y 1917, los hijos de extranjeros nacidos en la república mexicana que al llegar a la mayoría de edad no hacían nada (es decir, no optaban por la nacionalidad de su padre) también eran considerados mexicanos, aunque muchos lo ignoraban. Esto cambió con la Constitución de 1917, que consideró que la nacionalidad mexicana no podía ser resultado de una omisión, sino que debía ser un acto de la voluntad. Por tanto, entre 1917 y 1934 los hijos de extranjeros nacidos en México debían optar por ser mexicanos si así lo deseaban, aunque sólo tenían un año para hacer la elección después de cumplir la mayoría de edad que entonces era de veintiún años. 

La nacionalidad de las mujeres fue también problemática por varios motivos. Durante el siglo XIX y buena parte del XX, las mujeres casadas perdían su nacionalidad para adquirir la de sus esposos. Este principio, aceptado por la mayor parte de los países europeos, se basaba en la idea de que para garantizar la “paz del hogar”, los esposos debían pertenecer al mismo estado. Sin embargo, no siempre los estados a los que pertenecían los hombres reconocían a sus cónyuges como nacionales. En este caso las mujeres quedaban en una situación prácticamente apátrida. 
Desde 1886 las mujeres extranjeras que se casaban con mexicanos se convertían en mexicanas (aunque debían hacer un trámite para adquirir un certificado de nacionalidad). Pero la Ley de Nacionalidad de 1934 agregó que para ser consideradas como tales debían establecer su domicilio en el territorio nacional. Elisabeth Kalmar, una mujer húngara que se casó con Rubén Rodríguez en 1934 en París, quedó apátrida: Hungría le retiró su pasaporte al momento de casarse y México no podía extenderle uno porque no residía en México. 

Por último, un grave conflicto de nacionalidad lo ocasionó la disposición de que los mexicanos que residieran fuera del país durante más de diez años sin permiso o licencia del gobierno perderían la nacionalidad mexicana. La justificación aludida fue que el que se ausentaba no cumplía con los deberes que lo ligaban a su patria y, por tanto, no merecía gozar de los beneficios de la ley nacional. Nuevamente, pocos mexicanos sabían que necesitaban una licencia, particularmente quienes habían llegado a Estados Unidos siendo niños y generalmente se enteraban —y quedaban sorprendidos— cuando necesitaban la protección del gobierno mexicano que no obtenían. La desnacionalización como castigo a quienes emigraban fue sumamente problemática en un país de emigración como el nuestro y, curiosamente, ha sido objeto de pocos estudios. 

Para finalizar, es importante señalar que durante el siglo xx diversas disposiciones fueron ampliando la brecha entre los mexicanos por nacimiento y los mexicanos por naturalización. Hay varias diferencias fundamentales: los primeros gozan de una ley de “no pérdida” de la nacionalidad mexicana que les permite tener varias nacionalidades, mientras que los segundos no: ellos deben renunciar a su nacionalidad original y sólo pueden ser mexicanos. Además, los mexicanos por naturalización pierden la nacionalidad mexicana por residir más de cinco años en el exterior. Y una larga, larguísima lista de leyes restringen el acceso que tienen a ciertos puestos públicos: desde la presidencia de la República hasta la dirigencia de órganos autónomos e incluso académicos. 

Reflexionar sobre la historia de la construcción de la nacionalidad mexicana permite entender muchos de los conflictos de nacionalidad que perviven en la actualidad así como visibilizar la existencia de distintas clases de ciudadanía con derechos diferenciados. Ser mexicano puede ser una experiencia muy distinta entre quienes obtuvieron la nacionalidad por nacimiento y quienes se naturalizaron. 


 
Daniela Gleizer es doctora en historia por El Colegio de México e investigadora del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM. Se ha dedicado al estudio de la migración y el refugio en la historia del siglo XX mexicano, así como a temas de ciudadanía y naturalización. Es profesora de la Facultad de Filosofía y Letras y del posgrado en Historia de la UNAM. Forma parte del Sistema Nacional de Investigadores y de la Latin American Jewish Studies Association y es investigadora afiliada al Center for Advanced Genocide Research de University of Southern California.
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