Experiencias   
15 de noviembre de 2024

Escribir para el mundo de los grandes pequeños. Un proyecto COIL UNAM

Por: Margarita Palacios
Hoy, aquí, en este cronotopo, deseo hacer mías las palabras de Felipe Garrido (1997, p. 3) para agradecer a cada uno de los forjadores del cuento que voy a narrarles, su generosa complicidad. Y Felipe dice: 

Si bien es cierto que las expresiones culturales no son patrimonio de nadie —o son patrimonio de todos—, también es cierto que la conjunción de ideas y de personas en torno a una causa común forman bloques que con su trabajo contribuyen a la difusión de esa cultura libre de ataduras… 

Muchas gracias. Por eso, puedo contarles este cuento… un cuento de verdad. Había una vez un sueño, un sueño con saco azul como el de todos los sueños. Estaba inspirado en la cooperación de saberes y experiencias humanas que recorren los estadios de la vida, despertares, desarrollos y despedidas, por todo el mundo de los humanos. Caminando, caminando, una piedra develó el sendero, su nombre de pila resonó en la voz de la doctora Aurora González quien, articulando las voces de Gracián me dijo: Collaborative Online International Learning, COIL por sus siglas en inglés. Un programa que, en un día de sol, nació en la Universidad Nacional Autónoma de México. Internet abrió sus páginas y las letras y las imágenes eran el descubrimiento de nuevas oportunidades. Entonces, el mundo se hizo pequeño, los ríos llegaron a los mares y, en las playas, los devotos abrevaron sus bondades.

Pilar Vega Rodríguez, en aquellos tiempos, forjaba sus afanes como coordinadora del Máster universitario de escritura creativa, cobijado por la Facultad de Ciencias de la Información en los campos de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Ella, la doctora Vega, se llama Pilar porque es un pilar en la enseñanza y difusión de la vida creativa que borda palabras y se ha empeñado, desde hace muchos años, en enseñar a escribir para lectores de todas las edades, pero tiene especial predilección y una extensa especialización en la formación de escritores que buscan deleitar a los seres más pequeños, a los niños. Obtuvo su licenciatura en Filología Hispánica en la Universidad de Santiago de Compostela, su doctorado en Filología Hispánica en la Universidad Nacional de Educación a Distancia y, siempre interesada por el artefacto de los libros, hizo un máster en edición en la Universidad Complutense de Madrid.

Yo, Margarita, la doctora Palacios Sierra, dedicada a la lingüística y los estudios del discurso desde hace cincuenta y cinco años en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, deambulaba por los jardines y las bibliotecas de la Complutense, en tiempos de un semestre sabático, cuando tropecé con un mensaje: “Inscripciones al curso-taller de Literatura Infantil y Juvenil”. En ese momento las emociones se agolparon. Hacía tiempo que me preguntaba sobre las razones que obligaban a mis alumnos y colegas de la facultad a tomar talleres aquí y allá, sin secuencia docente. Todos escribían, escribían en el rincón de sus horas y en la intimidad de sus soledades. Todos lo hacían con evidente creatividad. Sin embargo, pocas instituciones les ofrecían la oportunidad de un “máster”, de institucionalizar su pertinente labor. En la UNAM no existe una maestría o una especialización donde todos aquellos que juegan al juego de la imaginación dibujando y tecleando palabras puedan graduarse. Yo misma había disfrutado del techo acogedor de un taller de escritura con Felipe Garrido en el Centro de Enseñanza para Extranjeros de la UNAM y con algarabía había creado un taller de cuentacuentos con alumnos que dispersó el tiempo.

Leer para niños resignificaba el objetivo focal de mi trabajo, el estudio del discurso. Narrar, dialogar, crear y servir con y para el mundo infantil. Los ojos de un niño, su risa y su llanto evocan la frase de Rabindranath Tagore: “Cada niño que nace trae un letrero en el pecho que dice: Dios todavía cree en el hombre” (1963, pp. 1184]. Y en tiempos como los que nos azotan y atormentan la frase es una sonrisa que alienta. 

Con ideas tal vez decimonónicas, me encaminé al edificio donde se anunciaba el máster. Encontré a Pilar. Los relatos eran fascinantes. Ella había creado, además, un proyecto titulado “Descubre leyendas” donde se recopilaban relatos legendarios de España. Tenía un patrimonio literario actualizado en una plataforma dinámica que incluía incluso un videojuego. Todo esto era un guiño importante para la colaboración interinstitucional e internacional sobre la escritura creativa. 

A las cinco de tarde de aquel mismo día, como sentencia Lorca, las tazas de café dialogaban con galletas de sabor internacional y perfumes interinstitucionales. Una servilleta fue testimonio del acuerdo para dibujar el curso COIL entre la UNAM y la UCM; se llamaría “Curso-taller de literatura infantil: escritura creativa”. El Dr. Antonio Garrido, profesor emérito de la UCM y amante de estos andares, fue testigo y actor del vértice. La distancia se acortó en un WhatsApp y la maestra Dolores González-Casanova, directora de Enlace Institucional en la Dirección General de Cooperación e Internacionalización de la UNAM (DGECI), desde donde coordina la Red Universitaria de Responsables de Internacionalización (RURI) abrazó el teléfono y la idea. Así sembramos la primera semilla de un proyecto de colaboración internacional en línea. Llegó Carlos Maza Pesqueira, coordinador de Programas Internacionales en la DGECI y editor de UNAM Internacional para preparar el escenario y abrir el telón. Aplaudimos; la función empezó el 25 de enero y las entradas se acabaron en el mes de junio, todo sucedió este año 2024. 

¿El salón de clases? Un espacio cibernético donde zoombaron las voces de seis alumnos españoles y trece mexicanos, rebasando el número previsto —quince— para la primera edición. Todos desafiaron los usos horarios y se acomodaron en pupitres de terrenos distantes. ¿La experiencia? Aprender técnicas y escribir y escribir para el mundo infantil. ¿El gozo? Conocer a los otros, los del otro lado del mar, descubrir sus palabras, sus discursos, sus tradiciones, sus pasiones y sus mundos culturales. 

La escena estaba puesta en el Anexo José Luis Ibáñez de la Facultad de Filosofía y Letras en la UNAM, que nos abrió sus puertas. Ahí, nerviosas, nos esperaban la pantalla, la computadora, las bocinas (más cerca, no, así… Así), la alarma permanente sobre la eficiencia sí/no de la comunicación tecnológica. Hugo Martínez, nuestro apoyo académico, ponía orden, registraba correos electrónicos y dispensaba cordialidad. Los actores alumnos, dispuestos, coincidían cada jueves a la hora prevista —las nueve de la mañana y las cinco de la tarde—; los saludos se intercambiaban y la exposición se llenaba de historias sobre las definiciones de la literatura infantil y juvenil, sus funciones de transformación mágica, la imaginación, el desarrollo del lenguaje, las formas literarias y las competencias lectoras y creativas. 

Con el libro abierto aprendimos que el dibujo del conejo asoma sus orejas en la hoja del plano izquierdo y su cuerpo se alarga hacia la derecha para depositar, en esta otra hoja, su cola. ¿Por qué?, porque el niño está aprendiendo a leer y la mano de la escritura y los ojos de la lectura caminan de izquierda a derecha. Aprendimos que las letras y los dibujos se implican y complementan. Aprendimos a medir la escritura según las edades de nuestros lectores y su desarrollo psicológico. 

Semana a semana el horizonte de las premisas de la escritura se extendía. El niño, nuestro receptor, se convirtió en el actor principal de nuestros escenarios que jugaban de acuerdo con las normas de géneros y formatos narrativos. Para ocupar este foro era preciso recorrer el panorama de la literatura infantil, los clásicos, los modernos y los contemporáneos. Un alud de cuentos y escritores de literatura infantil, premiados en el mundo, se acumularon en nuestras computadoras y en el salón de clases hispanomex, como diría “aquel español” de entrañable recuerdo. Leímos con entusiasmo historias fantásticamente verdaderas y exitosas. Y supimos también que la necesaria realidad de editarlas y venderlas era la finalidad de la obra y el encuentro con nuestro lector. El mercado editorial saltó a la escena. Con asombro se revelaron los recursos profesionales, las fuentes de información, las revistas de difusión, los premios, las ferias y los espacios que invitaban a disfrutar estos cuentos. 

Mientras los ejercicios avanzaban llegaban consejos de escritura, propuestas para la organización del trabajo, el desarrollo del texto, construcción de argumentos, creación de personajes, tipificación de estilos, reiteraciones sabias, onomatopeyas rítmicas y palabras resonantes. 

Ahora, ¡a sumergirse en la escritura! Empezamos a explorar la poesía, los cuentos de hadas, las fábulas de animales, los cuentos fantásticos, los de ciencia ficción, los relatos de aventuras y las narraciones realistas; a ensayar las re-escrituras, las resignificaciones y la resurrección de alguna vida infantil arropada y dormida en el reposo de nuestro tiempo. 

Gracias a este curso COIL de conocimiento y concordia internacional aprendimos, aprendimos a apropiarnos del mundo “ancho y ajeno” de Ciro Alegría. Aprendimos a reflexionar con Wittgenstein sobre “¿Cómo se refieren las palabras a las sensaciones?”… Sobre esas palabras que, como explica él: 

[…] se conectan con la expresión primitiva, natural, de la sensación y se ponen en su lugar. Un niño se ha lastimado y grita; luego los adultos le hablan y le enseñan exclamaciones y más oraciones. Ellos le enseñan al niño una nueva conducta de dolor… ¿Dices, pues, que la palabra dolor significa realmente el gritar? Al contrario, la expresión verbal del dolor reemplaza al gritar y no lo describe. (2003, p. 219) 

Así, los textos se cubrieron con onomatopeyas y la materialidad rítmica y sonora construyó sentido y significado. Las palabras lúdicas se enlazaron con la vida de los niños para despertar la imaginación y los sentimientos éticos y humanos. Leímos el cuento de Oscar y Mamie Rose de Eric Emmanuel Schmitt, donde, desde su universo, el narrador infantil resignifica vida, muerte y enfermedad. La función lúdica y estética de la literatura afloró en aquél cibernético salón de clases: había versos nacidos del folklore, nanas y adivinanzas breves para no aburrir al nobel lector, estribillos para bailar y repetir. Lectura y escritura fueron la recreación de un mundo infantil, para ellos próximo y para el adulto lejano. Confieso y creo que, tal vez por eso, a los adultos nos gusta contar cuentos al filo de la cama de un niño atento y somnoliento. Aquí, confirmamos que estas narraciones son para adultos y niños y que enlazan la vida de padres e hijos. Así escuchamos nuestros recuerdos: “Cuéntame el de los pollitos”, decía ella; “Pero si te lo he contado muchas veces…”, “No importa, otra vez.” La reiteración de dos vidas entrañadas en “pollitos”. 

Los cuentos enseñan cosas, despiertan ideas y ponen en escena la diversa complejidad de la vida. El ciberespacio y sus actores se fueron de vacaciones y recibieron una constancia por su participación y un saco de experiencias y textos para seguir escribiendo. 

El curso concluyó, concluyó sin terminar, tres puntos suspensivos y en suspenso… A revisar, a rescribir y a revivir diciendo, como escribió Tagore: “tropel de seres pequeñitos, dejad la huella de vuestros pies en mis palabras” (1963, p. 157). Los cuentos de idealidades, de ideales reales que nacieron en las hojas de estos pupitres, se preparan para su publicación. Y todo esto sucede porque haciendo eco de Isabel Vallejo: “Narramos, escribimos y leemos porque hemos fabricado la fabulosa herramienta del lenguaje humano. Por medio de las palabras, podemos compartir mundos interiores e ideas quiméricas” (2022, p. 20) Y yo agrego que, como el Nautilus del capitán Nemo, son realidad. 

Como la historia no ha terminado y le deseo larga vida a este proyecto, aquí, no hay colorín ni colorado; hay un montón de posibilidades azules para recrear una vida mejor. Todos sabemos bien que conocer al “otro” es empezar a comprenderlo y que comprender no implica estar de acuerdo pero que sí abre un espacio para la deliberación. El objeto/sujeto de los que estudiamos y analizamos el discurso es la interacción de actores en emplazamientos diversos con discursos que significan y que resignifican el espacio donde vivimos; con estos discursos habitamos el mundo. Desde diversas ópticas y perspectivas estos cursos de colaboración internacional abren puertas y ventanas para que podamos afirmar y enseñar que los otros también existen. Los invito a inventar y a vivir la experiencia de un curso COIL. 
Margarita Palacios Sierra es una escritora e investigadora mexicana, licenciada en Lengua y Literaturas Hispánicas y Maestra en Lingüística por la UNAM, y doctora en Siglos de Oro por la Universidad de la Sorbona, París. Es investigadora del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM y profesora en el Colegio de Letras Hispánicas de la Facultad de Filosofía y Letras. Coordina el Seminario Universitario sobre Estudios del Discurso Forense en la UNAM.

Referencias
Garrido, Felipe (1997). Tierra con memoria. México: SOGEM / SEESIME.

Tagore, Rabindranath, (1963 [1913]). Obra escogida. Madrid: Aguilar.

Vallejo, Irene (2020). Manifiesto por la lectura. Madrid: Siruela.

Wittgenstein, Ludwig (2003 [1986]). Investigaciones filosóficas. México: UNAM. 
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