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15 de noviembre de 2024
Democracia y derechos humanos en América Latina. Un diálogo filosófico desde la obra de Abelardo Villegas
Por: Ana Luisa Guerrero Guerrero
Los maestros […] que forman el alma y el cuerpo, que saben lo que está en juego, que son conscientes de la interrelación de confianza y vulnerabilidad, de la fusión orgánica de responsabilidad y respuesta […]
son alarmantemente pocos.
George Steiner,
Lecciones de los maestros (2003).
Corría el año de 1992 cuando Abelardo Villegas reunió a un grupo de académicos para coordinar un proyecto de investigación que se ocupara de estudiar los fundamentos filosóficos de los derechos humanos, respondiendo a la convocatoria del reciente Programa de Apoyo a Proyectos de Investigación e Innovación Tecnológica (PAPIIT), de la Dirección General de Asuntos del Personal Académico de la UNAM. La propuesta se presentó bajo el título “Enunciados y teorías de los derechos humanos: sus fundamentos de filosofía ética y antropológica”, una iniciativa muy prolífica que abrió brecha dentro de las líneas de investigación de nuestra universidad con un marcado carácter interdisciplinario.
Con motivo de la celebración de los cien años de la Facultad de Filosofía y Letras me resulta muy grato tener la oportunidad de acercar a las nuevas generaciones de estudiosos de la filosofía política y de América Latina la obra de Abelardo Villegas, quien fuera un destacado filósofo, profesor y director de esta facultad, a través del libro elaborado para el ya citado proyecto, Arar en el mar: la democracia en América Latina (1995), en el que analizó preocupaciones clásicas de la filosofía política aplicadas a la comprensión de la democracia y los derechos humanos, cuyos resultados cobran hoy gran relevancia y vigencia para reflexionar sobre las circunstancias políticas de nuestro país y de la región, de los cuales solamente destacaré algunos pasajes.
El doctor Villegas tuvo a su cargo la parte de la investigación sobre los fundamentos filosóficos de la democracia en América Latina, se internó en los procederes, actitudes y ejercicios que definieron a los partidos políticos en los casos de México y Cuba, así como la influencia del pasado colonial en el desarrollo del Estado nación. Analizó las revoluciones y sus implicaciones en las formas de gobierno resultantes en esos dos países; asimismo, abordó un aspecto novedoso en su investigación sobre América Latina: la relación entre economía y democracia. En sus investigaciones filosóficas incorporaba coordenadas espaciotemporales a las que dedicaba un lugar importante con el fin de dotarlas de dimensión histórica. De ahí que —siguiendo al ilustre doctor Leopoldo Zea— sostuviera que el olvido y la omisión del pasado colonial en los estudios sobre la democracia no serían el mejor camino para formular cuestionamientos sobre el sentido histórico-social que aquélla cobraría en América Latina. Villegas tuvo presente la llamada de José Martí en su artículo “Nuestra América” cuando dijo:
¿Cómo han de salir de las universidades los gobernantes, si no hay universidad en América donde se enseñe lo rudimentario del arte del gobierno, que es el análisis de los elementos peculiares de los pueblos de América? A adivinar salen los jóvenes al mundo, con antiparras yanquis o francesas, y aspiran a dirigir un pueblo que no conocen […] Conocer es resolver. Conocer el país, y gobernarlo conforme al conocimiento, es el único modo de librarlo de tiranías. (Martí, 1991, pp. 17-18)
La filosofía de la democracia que Villegas desarrolló mostraba un profundo conocimiento de la filosofía política. Señaló que la ética moderna interpreta la libertad como una facultad del individuo para darse a sí mismo las normas máximas de conducta, siendo el culmen de una tradición en la que el individuo autónomo se convierte en la expresión de la libertad individual, como sostiene la ética de Kant. De igual modo, destacó que la idea de la libertad individual moderna tiene un conflicto muy serio con las concepciones colectivistas, sobre todo cuando al individuo se le pide que acate la decisión de las mayorías o, dicho de otra manera, cuando se le pide que someta sus intereses a los de la sociedad.
Villegas sostuvo que la democracia moderna tiene como marco general la libertad porque aquélla es una de sus diferencias específicas: “Creo que la libertad es el género y que la democracia es una de las formas de la libertad o, si se quiere, una diferenciación específica, pero no la única posible” (Villegas, 1995, p. 21). En otros estudios, el doctor Villegas se ocupó de la relación entre reformismo y revolución (Villegas, 1971); ahora, su atención la recibieron la libertad y la democracia, entreveradas por los derechos humanos, lo que le valió exponer a la par sus conocimientos filosóficos e históricos para distinguir las concepciones de democracia moderna y antigua, así como las tendencias democráticas a finales del siglo XX. En este nivel de análisis, se preguntó qué entender por las causas de un hecho histórico y las consecuencias de perspectivas deterministas y fatalistas cuando declaran causas absolutas para un acontecimiento; por ello afirmó que eligió hablar de condiciones de posibilidad, en este caso, para la democracia en América Latina. En este sentido, afirmó que la democracia es un hecho contingente, en su lugar puede haber otra cosa, es decir, no se trata aquí del desenvolvimiento de una entidad cuyas formas tengan un fin dado, con anticipación al modo hegeliano. El título del libro se refiere al entramado en el que aparece la frase de Bolívar, “arar en el mar”, con la que representó su pesimismo por no haber conseguido llevar a los países recién independizados a una condición civilizada y que Villegas recondujo con un optimismo realista para analizar las falencias latinoamericanas hacia el logro de regímenes democráticos.
En su libro también recordó la frase de Lincoln sobre la democracia como el gobierno del pueblo, por el pueblo y para pueblo, porque le permitía hacer un enlace comparativo entre contextos histórico-filosóficos y cuestionarse: ¿quién es el pueblo para los ilustrados hispanoamericanos? En su significado moderno, el pueblo está formado por individuos facultados para ejercer la libertad de pensamiento, de creencias, de opiniones, libertad subjetiva, libertad de decisiones y elecciones políticas.
La idea de pueblo soberano tiene correlación con un nuevo significado de igualdad. Los individuos iguales son quienes participan en la opinión pública, los sujetos ilustrados exponen sus ideas, que son “condiciones fundamentales para el establecimiento de la democracia” (Villegas, 1995, p. 33). El entendimiento del individuo en el pensamiento político moderno requiere ser presentado: es el varón blanco, propietario y cristiano; tal sujeto poseía ciertas cualidades o requisitos para tener derechos, concentrados en el hombre burgués. Este es el sujeto que trastocó el antiguo régimen, el individuo ciudadano que se levantó como protagonista de las nuevas formas sociales y el destinatario de las Cartas de Derechos de las colonias americanas y de la francesa Declaración del Hombre y del Ciudadano del siglo XVIII.
En esos documentos se enuncia al hombre de un determinado sitio cultural, con una lucha específica en contra de un estado de cosas, que fue revolucionado hacia un nuevo orden con valores nuevos de libertad e igualdad. La crítica de Marx a los derechos del hombre, en Sobre la cuestión judía, se dirigió a exhibir a ese hombre que pretendió representar a toda la humanidad y que pertenecía a una clase social. Ahora bien, esta forma de entender los derechos del hombre ha cambiado: los derechos humanos son históricos. Cabe señalar que para algunos especialistas la humanidad no puede ser dividida en generaciones, a pesar de que es una perspectiva que guarda coherencia con su historicidad, pues argumentan, entre otras cosas, que puede dar lugar a una jerarquía entre ellas. Sin embargo, decir que hay generaciones también permite diferenciar los tipos de conquistas que se han dado y sus significados, y establecer la interdependencia entre todos ellos. Los derechos humanos, ya sean individuales, sociales o colectivos, son conquistas de las víctimas y de los excluidos, es decir, provienen desde abajo; nunca han sido obsequios de las autoridades.
Regresando al contexto de las relaciones políticas modernas y sus implicaciones en América Latina, Ignacio Sosa señaló que “La libertad, la igualdad y la fraternidad tienen como referencia y límite a la parte colonizadora o, como se gustaba decir en esa época, civilizadora”, en tanto que “justicia significa la eliminación de los privilegios y la garantía, por consiguiente, de que a todos se les aplicaría la misma ley, de la misma manera” (Sosa, 1994, pp. 40 y 49). En una nación de ciudadanos fraternos, iguales y libres, el símbolo de la justicia lleva los ojos vendados, no tiene preferencias en tanto que todos los individuos son iguales para ella. Tal idea de justicia, unida a la de la igualdad, es muy diferente a las aplicadas en el antiguo régimen, en el que la justicia y los desacuerdos se resolvían considerando el lugar del grupo al que los individuos pertenecían; la justicia no era ciega ya que se correspondía a la igualdad proporcional. Por ello, sí contempla las partes del cuerpo social para ser aplicada, puesto que cada individuo pertenece a una parte a la que le corresponden ciertas normas que indican lo que es correcto cumplir. En ese sentido, el liberalismo:
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.. se ha expresado en dos concepciones características del constitucionalismo liberal: la de los derechos inalienables o naturales del individuo (definidos también como derechos fundamentales o derechos del hombre o derechos de libertad) y la de la separación de poderes. Según la fórmula de la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, que constituye la expresión más concisa y al mismo tiempo más eficaz de los principios liberales, “toda sociedad en la que no se garanticen los derechos y no se establezca la separación de poderes carece de constitución” ... (Hayek, 2007, p. 177)
Frente a este panorama político, considerando el momento final del periodo colonial y los inicios del liberalismo, Villegas nuevamente preguntó: ¿quién es el pueblo?, trayendo a colación los debates narrados por Lucas Alamán en la reunión convocada por el virrey de la Nueva España, José de Iturrigaray, para tratar la preocupación acerca de la soberanía real tras la abdicación de Carlos IV y Fernando VII a favor de José Bonaparte. Así aparecen opiniones como la de Francisco Verdad y Ramos, quien afirmó que la soberanía real recaería en el pueblo; luego, el oidor Guillermo Antonio de Aguirre y Viana aclara que éste son las autoridades constituidas. “Entre los asistentes a la junta se contaban los funcionarios del Ayuntamiento, los miembros de la Real Audiencia, el Arzobispo de México, los militares de alta graduación, los caciques indígenas y otros” (Villegas, 1995, pp. 31-32). La aclaración del oidor Aguirre sobre cuál era el pueblo en el que recaería la soberanía real, para Villegas guarda suma importancia ya que recordaron las palabras de fray Melchor de Talamantes cuando mencionó a la “gente menuda”. Ahora bien, las autoridades ahí presentes representaban una sociedad corporativa y no una formada por el ejercicio de la libertad (en su sentido moderno), al que solamente una minoría aburguesada podía acceder. Villegas apuntó que: “El concepto de igualdad de los criollos ilustrados no era tan amplio como para aceptar la igualdad entre hispánicos e indios” (Villegas, 1995, p. 32). Se comprende, entonces, que el individuo del liberalismo resultaba ser para esas realidades una idea metafísica (Sosa, 1995). Villegas acudió a su maestro cuando dijo que: “Leopoldo Zea ha señalado con claridad que, por lo tanto, tal liberalismo no era la expresión de una realidad sino sólo la aspiración de un grupo de ilustrados preburgueses” (Villegas, 1995, p. 51).
Para Villegas era muy legítima la necesidad de elaborar utopías para la democracia; sostuvo que estas tomarían en cuenta tanto las críticas de Simón Rodríguez y José Martí a la adopción de posiciones europeístas que prescindan del reconocimiento de las peculiaridades y del conocimiento de las entrañas de nuestras realidades, como también contemplar mecanismos, estrategias y acciones que remuevan a los usurpadores de la soberanía popular. Así, siguiendo también a Maurice Duverger, para quien los partidos políticos son medios para el cambio de sociedades oligárquicas a democráticas, señaló que, durante el siglo XIX, los partidos políticos realmente no lo fueron, ya que no llegaron a formar una estructura y una plataforma ideológica con organización interna: “Los miembros de los partidos no tenían una idea clara de la unidad de la nación ni mucho menos de que la nación debe estar por encima de los intereses partidistas” (Villegas, 1995, p. 40).
Pasando a una segunda etapa de los partidos políticos y su relación con la democracia en la primera parte del siglo XX, Villegas observó que en algunos países de América Latina se contaba con la presencia de partidos políticos que decían representar los intereses de la nación. En el caso de México, este fenómeno tuvo como antecedente el cambio de perspectiva política de los legisladores de 1917 respecto del constitucionalismo liberal individualista del siglo XIX:
Entonces la Revolución no sólo reaccionó contra lo que Luis Cabrera llamó “instituciones de crueldad humana”, sino contra el fracaso de esta seudoburguesía en su intento de ir más allá de la prosperidad individual de algunos de sus miembros y trascender en el ámbito nacional. Los legisladores del 17 consideraron que debía ser el Estado el verdadero responsable de la creación de la prosperidad nacional y el corrector de los excesos del individualismo. (Villegas,1995, p. 51)
El Estado que provino no fue uno socialista, sino un ente que fungió como estabilizador y que apoyó por un lado a la iniciativa empresarial y por el otro el crecimiento de la burocracia; no significó el apoyo a un régimen democrático, así que éste quedaba pendiente.
El propósito político consistió en cumplir la reforma agraria bajo la dirección de personajes fuertes, poderosos y dominantes que formaron parte del proceso que condujo a la dictadura revolucionaria, suceso que se observa acompañado de un modelo de desarrollo social interesado en alcanzar al trabajador y a las clases menos favorecidas. El presidente Plutarco Elías Calles fue el fundador del Partido Nacional Revolucionario (que más tarde cambió de nombre hasta convertirse en el Partido Revolucionario Institucional), vio con buenos ojos establecer la competencia partidista, pues dándose cuenta de la conveniencia de que los inconformes con el sistema de gobierno y sus bases populares se contuvieran en un nuevo partido, permitió y alentó el juego partidista y su legitimación con la suficiente fuerza para levantar la contienda entre los dos partidos, pero sin la necesaria para arrebatar el poder al partido del gobierno. El personaje que aceptó el reto de Plutarco Elías Calles para organizar un partido político que agrupara a quienes no se sentían representados por la ideología social del PNR, fue Manuel Gómez Morín, quien formó el Partido Acción Nacional, salido del gobierno de Calles y que presidió el Banco de México.
En la década de los treinta, tuvieron lugar los procesos de nacionalización de empresas y cobró forma el poder del maximato mexicano, del que Villegas dice que es una figura que posee un poder por encima del presidente, cobijado con la presencia de un partido único que dice representar los intereses de toda la nación. Esta situación política tuvo consecuencias sumamente importantes, una de éstas fue la ruptura con las teorías modernas republicanas y liberales, en las que la ciudadanía representaba al pueblo que pregonaba la igualdad, la libertad y la fraternidad, distinguiéndose de la autoridad política por sus derechos frente a ella, y esta por sus deberes hacia la ciudadanía. En contraste, se levanta la pretendida identidad del Estado con los intereses de la nación dirigidos, primero, por el maximato y, después, por el presidencialismo, etapa caracterizada por la supremacía del gobernante en turno, como fue el caso de Lázaro Cárdenas del Río, quien rompió con el maximato y expresó las siguientes palabras que Villegas destacó en su texto: “sólo el Estado tiene un interés general y por eso sólo él tiene visión de conjunto. La intervención del Estado ha de ser cada vez mayor, cada vez más frecuente y cada vez más a fondo” (Villegas, 1995, p.49).
El presidencialismo y el ejercicio liberal y republicano en nuestro país no formaron la mejor alianza para el desarrollo de los derechos de libertad y los individuales en general; a pesar de ello, se impulsaron los derechos sociales en concordancia con el constitucionalismo social iniciado con la Constitución de 1917. El abordaje de Villegas sobre la hipertrofia del Estado, que dejó de representar lo que Cárdenas impulsó como intereses nacionales, contribuyó al viraje hacia el fortalecimiento de la clase empresarial y la burocracia en los gobiernos subsecuentes.
Lamentablemente, los análisis del doctor Villegas no llegaron hasta el 2000, año en que ocurrió la alternancia del partido político en el gobierno, debido a la fecha de la investigación, pero las reflexiones para el caso de Chile que mostraron el traspaso de poder por la vía democrática son realmente interesantes. Mencionó, entre otras cosas, el significado que cobró el que Salvador Allende se propusiera lograr por la vía pacífica un régimen socialista, es decir, conservando los medios y maneras democráticas que le llevaron al gobierno, que siguen siendo de gran actualidad para la reflexión sobre la necesidad de la coexistencia de partidos igualmente fuertes para afianzar la democracia, cuestión que en pocos casos se ha observado. De igual modo, resultan pertinentes sus opiniones sobre el caso cubano. Así pues, transfiero al lector el interés o curiosidad por ahondar en la obra de este gran personaje, maestro de muchas generaciones de filósofos y que impulsó decididamente la creación de los estudios sobre América Latina y el Caribe en la UNAM.
Ana Luisa Guerrero Guerrero es doctora en Filosofía por la UNAM. Fue profesora de la Facultad de Filosofía y Letras; actualmente está adscrita al Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe. Es profesora en el programa de posgrado de Estudios Latinoamericanos. Es especialista en filosofía política de los derechos humanos en América Latina, así como en ciudadanía e interculturalidad. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores Nivel II. Entre sus obras más recientes se encuentran Gatopardismo en la ONU para las políticas de desarrollo (México: Eón/CIALC-UNAM, 2024), Racionalidades predadoras: los derechos de las empresas transnacionales (Coord.) (México: Eón/CIALC-UNAM, 2022), Los derechos humanos y los derechos del libre mercado en América Latina (México: Bonilla Editores/CIALC-UNAM, 2020).
Referencias
Villegas Maldonado, Abelardo. (1971). Reformismo y revolución en el pensamiento latinoamericano. México: Siglo XXI Editores.
Villegas Maldonado, Abelardo. (1995). Arar en el mar: la democracia en América Latina. México: Centro Coordinador y Difusor de Estudios Latinoamericanos (UNAM)/Miguel Ángel Porrúa.
Hayek, Friedrich A. (2007). Nuevos estudios de filosofía, política, economía e historia de las ideas. Madrid: Unión Editorial.
Martí, José. (1991 [1891]). “Nuestra América”. En: Obras completas, vol. 6. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales.
Sosa, Ignacio. (1994). “Garantías individuales y derechos sociales: una polémica que no termina”. Abelardo Villegas et al., Democracia y derechos humanos. México: Miguel Ángel Porrúa/Coordinación de Humanidades, UNAM.
Sosa, Ignacio. (1995). “El surgimiento del individualismo en una sociedad corporativa”, en Laberintos del liberalismo. México: Centro Coordinador y Difusor de Estudios Latinoamericanos, unam/Miguel Ángel Porrúa.
Steiner, George. (2004). Lecciones de los maestros. México: FCE.