Experiencias
15 de noviembre de 2024
Resistir
Si quieres oír mi voz
vamos al campo de espigas.
Allí las flores son soles
y son sol... es las espigas.
Alcira Soust
Alcira Soust mira nubes de tormenta y cielos rosas a través de la pequeña ventana de un baño del octavo piso de la Torre de Humanidades en el que se ha quedado atrapada. Corre el año 1968; el ejército ha tomado la UNAM en franca violación a la autonomía universitaria. Alcira respira profundo y, para conservar la calma, trata de recordar su Durazno natal en Uruguay, el ruido de las chicharras en verano, el rico sabor de un mate bien cebado, las hojas oxidadas en otoño. Con precisión trae al presente los detalles de los rostros amados. Qué bella es Sulma, una de sus hermanas, con ese andar elegante un tanto gatuno. Gloria es la otra, con quien se escribe cartas a cada rato, qué cara de pícaros tienen sus chiquilines, le gustaría tener en sus manos una de las fotos que le mandó, pero tendrá que conformarse con la memoria. Recuerda la textura de un vestido de popelina estampada que usó en alguna ocasión, cuando la llamaban Mima, todavía era hermosa y daba clases en una modesta escuela rural. La campana resuena en sus oídos y le parece música el zumbar de los juegos infantiles en el recreo. ¿Qué se puso aquella vez para la fiesta esa del Jockey Club? Quién sabe, qué tonterías se le ocurren.
Y así siguen los recuerdos para llenar las horas. Los poemas la tranquilizan, se sabe tantos de memoria… Conoce a todos los poetas de México, a los que nacieron aquí y a los que llegaron de la dolida España republicana. La mirada clara de Pedro Garfias y sus palabras vuelven una y otra vez:
Repite el mar sus cóncavos azules,
repite el cielo sus tranquilas aguas
Gustavo Adolfo Bécquer le arranca una sonrisa:
¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía… eres tú.
¿Me habla a mí?, se pregunta. Al cerrar los ojos ve con toda precisión la barba de León Felipe, sus ojos bondadosos escondidos detrás de unos lentes gruesos de pasta negra y oye su voz rasposa que recita:
Deshaced ese verso.
Quitadle los caireles de la rima,
el metro, la cadencia
y hasta la idea misma.
Aventad las palabras,
y si después queda algo todavía,
eso
será la poesía.
Ese poema le gusta. Así exactamente quiere que sea su poesía. Invoca esos versos como un mantra una y otra vez para sobrevivir al miedo, al frío, al hambre, a la locura. Ah la locura, ese fantasma que siempre acecha. ¿Y si hubiera salido junto con todos, después de haber puesto en el altavoz los poemas de León Felipe para enfrentar al ejército? Qué ironía, mientras los soldados son recibidos con sus versos, ese mismo día, el gran poeta muere.
¿Pero si en vez de esconderse se hubiera unido a los demás? ¿La habrían deportado, desaparecido, torturado como a tantos en ese infausto 1968? ¿Habría sido una más, humillada, con los brazos en alto, frente a un muro? Ella, Alcira, no quiso averiguarlo. Tal vez por terror, quizás por valentía prefirió la protección de esa cárcel de baldosas blancas, la humedad de ese frío baño, la gota palpitante que no cesa. Resiste, se dijo y resistió rayando el delirio, con su imaginación a todo galope para aguantar. ¿Cuántos poemas habrá escrito en el aire porque no tenía ni papel ni lápiz, cuántos dibujos de colores como los que hacía con sus niños?
Habrá pensado con detenimiento en sus amigos. En José Revueltas con quien compartía un mimeógrafo y largas noches escribiendo esténciles para sacar su periódico
La poesía en armas, donde no faltaban versos de Éluard, Verlaine, Rimbaud. Pero también los suyos, sin pudor de juntarse con los grandes, porque la poesía es un arma, cambia la historia; es revolución, militancia, pese a ser vieja, pese a no tener dientes. ¿Dónde los había perdido? Quién sabe. Dicen que en ese lavabo mugroso de la Torre de Humanidades, allí donde quizás también se le enredó la cordura. ¿O esa la perdió antes?
Tal vez le da vergüenza ser chimuela porque se tapa siempre la boca, como en aquella emblemática foto donde con un ramo de flores esconde el hoyo desdentado. Pero seguramente ser fea en el fondo le vale madres. ¿A quién le importan los años? Es joven con ellos, los estudiantes del sesenta y ocho, cuando les da la mano para transformar el mundo. Prohibido prohibir. Y vaya que es mujer de armas tomar para defender lo suyo. Y así, poco a poco, Alcira se convierte en mito.
Aunque con el tiempo la fui sintiendo tan cercana, como si fuéramos viejas amigas del Cono Sur, lamento admitir que yo no conocí a Alcira, ni siquiera sabía de su existencia. Cuando estudié Letras Hispánicas, ella ya no rondaba por la fac. Había partido a Montevideo donde, una vez más, se perdió en las calles. Como tantas historias, parecía que esta también iba a volverse silencio. Supe de ella por primera vez en 2004, al participar en la grabación de un programa para Radio UNAM en el que me tocó en suerte leer un maravilloso texto de Roberto Bolaño, el capítulo IV de
Los detectives salvajes. El autor la nombra Auxilio Lacouture, pero se la reconoce de manera inconfundible. Las únicas líneas que no pertenecían a ese libro eran las finales:
Yo, Alcira Soust Scaffo, soy la madre de la poesía mexicana, soy la poesía en armas y soy la defensa de la autonomía de la UNAM. Escribiré con migas de pan en el jardín de la Facultad de Filosofía y Letras la palabra RESISTIR para que los pájaros vengan a la UNAM, se alimenten y resistan. Yo Alcira Soust Scaffo … RESISTÍ.
Me sentí afortunada de haber sido invitada a participar en ese programa y, sin duda, allí podría haber concluido mi vínculo con Alcira. Sin embargo, pasaban los días y el personaje no me abandonaba. Encontré vasos comunicantes con mi propia historia en esa latinoamericana apasionada que se había enamorado de México y que decidió asentarse aquí para siempre, adoptando a este país como su patria y a la UNAM como su casa. Me di cuenta que era el texto ideal que tanto había estado buscando para hacer un unipersonal —la prueba máxima para cualquier actriz— y ese mismo año lo montamos bajo la dirección de Antonio Algarra.
Sin embargo, todavía me preguntaba si realmente había existido tal personaje. En esa época era casi nada lo que se podía conocer de ella. Aparecía en internet alguna referencia acerca de la tesis que había escrito en 1952, durante su estancia en Michoacán, cuando había venido a cursar un posgrado sobre educación en el Centro de Cooperación Regional para la Educación de Adultos en América Latina y El Caribe; era una estudiante brillante. Y no mucho más. Pero, poco a poco, sus contornos se fueron haciendo más nítidos. Amigos o colegas que habían estado antes que yo en la facultad la conocían. Descubrí la mención que de ella hizo José Revueltas: “¡Alcira, dios mío! Maravillosa, hermosa, qué bella y pura, qué noble, terrenal, amada, entrañable, nada de este mundo. No sé qué decirte. Te amo”. Al leer esas líneas el corazón me dio un vuelco.
Fui recogiendo pedazos de anécdotas. Durante mis presentaciones no faltaba quien me esperara a la salida para traerme un dibujo, una foto, alguno de sus poemas o simplemente para contarme alguna anécdota. “Alcira vivió en mi casa”, me decían muchos con orgullo. A otros les daba miedo la Alcira vociferante que recibía a gritos a quienes se le acercaban en los pasillos de la facultad. Cuando venía Alfredo Zitarrosa —cantautor uruguayo de voz profunda— iba siempre a recibirlo con flores y le aplaudía a rabiar desde la primera fila. Un amigo me regaló un cartel de vivos colores pintado por ella, dedicado a los Pumas de la UNAM, porque también su amor a esta institución se extendió a su equipo de fútbol del que era su más fiel seguidora. Las historias en torno de ella son inagotables.
Ahora que se ha vuelto mito, ella se reiría y pensaría que están todos locos. O tal vez incluso se habría molestado. ¿Por qué hablan de ella que fue tan austera, que todo lo regaló, que ni casa quiso tener, siempre viviendo de prestado? Ella, la más outsider de los outsiders, nunca se hubiera imaginado que una sala entera del MUAC se le hubiera dedicado con el nombre de
Escribir poesía, ¿vivir dónde? [ver recuadro] o que su sobrino nieto Agustín Fernández Gabard le hubiera hecho ese amoroso documental Alcira y el campo de espigas. Seguro le habrían gustado los performances que alguna vez se hicieron en su amada fac para recordarla.
Alcira se ha ganado su lugar, no sólo en la historia de la Facultad de Filosofía y Letras sino también en la de la UNAM, como un símbolo de resistencia y valentía, también de arte y transgresión. Aguanta la fama, Alcira, porque te la ganaste, echaste raíces en el corazón de muchos y necesitamos como el aire de tu rebeldía.
Escribir poesía, ¿vivir dónde?
UNAM Internacional
Entre agosto y noviembre de 2018 el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC) de la UNAM exhibió una muestra documental sobre el largo paso de Alcira Soust Scaffo por México. Homenaje necesario a una presencia que lo tocó todo sin pedir reconocimiento alguno durante décadas muy complejas para la universidad, para Ciudad de México y para el país.
Con la curaduría de Amanda de la Garza y Antonio Santos, la muestra buscó recuperar elementos de la vida de la poeta que ya se había convertido en mito: había que devolverle su talla humana, con “el cometido de reconstruir los mundos de Soust, así como su ideario artístico, político, latinoamericano y antiimperialista, y la forma en que se entremezclaron con su vida personal” (texto curatorial en https://muac.unam.mx/exposicion/alcira-soust-scaffo).
La muestra incluyó cartas, manuscritos y originales mecanografiados, esténciles de mimeógrafo, carteles hechos a mano, fotos, videos, infografías, materiales del proyecto Poesía en armas, libros-objeto (con elementos pop-up) que Alcira hacía para niños, bordados, marginalia de sus archivos y más.
Como parte de la muestra, el MUAC editó un completo catálogo que puede adquirirse en formato físico en su librería o descargarse gratuitamente en edición digital en: https://muac.unam.mx/assets/docs/folio_069_alcira_soust_scaffo.pdf. La publicación incluye poesía y otras obras de Alcira, y textos de Elsa Cross, Bárbara Jacobs, Cuauhtémoc Medina, y los curadores Amanda de la Garza y Antonio Santos.
Verónica Langer es una actriz mexicana nacida en Argentina (su familia se exilió en México en 1974, refugiándose de la dictadura militar). Estudió teatro en el Instituto Nacional de Bellas Artes y la maestría en letras hispánicas en la FFyL de la UNAM. Ha participado en numerosos proyectos teatrales, cinematográficos y televisivos, siendo su trayectoria reconocida con premios como el Ariel (que ha obtenido en cinco ocasiones).