Experiencias   
31 de julio de 2024

Migración transcontinental en México. Nuevos acercamientos para nuevos problemas

Por: Bruno Miranda
De la misma manera, la producción académica sobre las migraciones centroamericanas en tránsito por México es abundante, así como lo son las referencias teóricas y metodológicas, que están bien consolidadas dado el trabajo pionero de colegas como Rodolfo Casillas, Manuel Ángel Castillo y, más recientemente, Jéssica Nájera Aguirre, entre tantas y tantos otros investigadores que no podrán aquí ser mencionadas por cuestiones de espacio. 

Sólo más recientemente, ya en el siglo XXI, quienes estudiamos migraciones y fronteras comenzamos a observar nuevas lógicas de movilidad y de instalación, de la mano de personas haitianas, individualmente o en familias, llegadas al territorio mexicano a partir de 2016, después de haber vivido en ciudades de países como Brasil y Chile. Dada la imposibilidad de cruzar la frontera con Estados Unidos, fueron forzadas a instalarse en el noroeste de México y se hicieron notar por las negritudes de sus cuerpos, pero también por su lengua, religiones, música y voluntad. 

Los trabajos de campo realizados en Tijuana, en la frontera norte de México, poco a poco me fueron revelando que no sólo venían de Haití las personas jóvenes con las que interactuaba, sino también de Angola, República Democrática del Congo, Somalia y Senegal. Un par de años después, en la ciudad de Tapachula, a cuarenta kilómetros de la frontera México-Guatemala, mis observaciones etnográficas también se extendieron a personas de origen asiático. 

Es así como desde 2019, solo, y a partir de 2022 acompañado por estudiantes de diferentes licenciaturas y del posgrado en Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, he orientado mis preocupaciones e indagaciones hacia las experiencias de personas migrantes transcontinentales procedentes de África y Asia de paso por México. 

Gracias al Programa de Apoyo a Proyectos de Investigación e Innovación (PAPIIT) de la UNAM,  pudimos realizar cuatro trabajos etnográficos de campo en dos ciudades fronterizas de México: Tapachula y Ciudad Juárez (el proyecto se titula “Migrantes/solicitantes de asilo transcontinentales y la conformación de un espacio fronterizo de espera en México”). Se trata de un grupo diverso de estudiantes con marcadores sociales, habilidades y herramientas distintas, en el que mujeres racializadas y periféricas se relacionan con hijos e hijas de académicos. 
El trabajo desarrollado me permite afirmar que hoy sabemos más sobre quiénes son esas personas migrantes que provienen de continentes tan distantes, sobre cuáles son sus motivaciones y sus periplos y por qué se instalan y habitan las fronteras mexicanas. 

Tapachula es la principal puerta de entrada a México para las personas migrantes que parten de África central y occidental y del Cuerno de África, así como para quienes dejan sus localidades en el sur y sureste de Asia. Antes de cruzar el río Suchiate, que divide a México y a Guatemala, suelen tomar dos o tres vuelos para aterrizar en São Paulo, Brasil, o Quito, Ecuador. Desde ahí, en autobuses, taxis y a veces a pie, cruzan partes de la Amazonia y de los Andes y prácticamente todos los países centroamericanos. En los dos años de desarrollo del proyecto hemos recopilado relatos de cerca de cuarenta personas migrantes de países africanos (Angola, Burkina Faso, Ghana, Guinea Conakry, Guinea Ecuatorial, República Democrática del Congo, Senegal, Sierra Leona, Somalia, Tanzania y Togo) y de cuatro países asiáticos (Afganistán, Bangladesh, China y Pakistán). 

Los motivos que los llevan a dejar sus localidades de origen son variados: desde los conflictos armados en la República Democrática del Congo, hasta golpes de Estado como los más recientes en los países del Sahel o la sequía prolongada en el Cuerno de África. Desde el retorno del Talibán en Afganistán, hasta las persecuciones políticas y religiosas en China. Cada uno de esos eventos que sirven de estopín para la fuga, se combinan con precariedades estructurales como la inseguridad, el desempleo o la hambruna en el origen, más las diferentes formas de racismo experimentadas en el camino. Otras veces, lo que prevalece es el simple deseo de aventurarse y conocer el mundo más allá, pero casi siempre buscan los medios para ir a Estados Unidos o Canadá para poder enviar remesas económicas y sostener sus familias a distancia. 

En México, especialmente en sus espacios de frontera, las personas migrantes transcontinentales han sido forzadas a instalarse temporalmente para esperar documentos que permitan el cruce por el territorio de manera regular y segura. Dependiendo de la coyuntura política y de las capacidades del Instituto Nacional de Migración (INM) o de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR), los tiempos de espera pueden alargarse por semanas, meses o incluso años. 

Mientras esperan en ciudades como Tapachula, se integran al lugar y provocan cambios espaciales y culturales, aunque sutiles, significativos. De esa manera, la Perla del Soconusco, una localidad cuya población no llega a medio millón de personas, alejada de los grandes conglomerados urbanos, se convirtió en ciudad global. Una globalización “desde abajo”, realizada por personas migrantes y diaspóricas que enlazan a Tapachula con otras ciudades del Sur global, como Daca, Islamabad, Conakry, Luanda o Mogadiscio. 

Las transformaciones sociales y espaciales en las ciudades de frontera de México se han acelerado en el tiempo: ahora los anuncios en las oficinas humanitarias y en los aseos públicos están en creole haitiano, los tradicionales restaurantes chinos de Tapachula tienen comensales de Ghana y sus peluquerías se han especializado en cortes afro. Las instrucciones para los huéspedes en los hoteles fronterizos están traducidas al inglés, pero también al chino e incluso al uzbeko; un imán africano gestiona una mezquita a la que acuden jóvenes practicantes del islam de África y también de Bangladesh. 

Estos son fuertes indicios de que las ciudades fronterizas mexicanas tienen otra dinámica; son habitadas y constantemente transformadas por personas migrantes de otros continentes, más allá del tradicional paso de quienes proceden desde Centroamérica. Todo lo anterior nos lleva, como investigadores, investigadoras y estudiantes, a indagar sobre las maneras en que los espacios fronterizos de México reaccionan a eventos y coyunturas a escala regional, pero también global. 

Las vías institucionales de investigación y de vinculación de estudiantes de la UNAM, a través del PAPIIT, permitieron la conformación de un equipo comprometido con la investigación de corte etnográfico y con nuevas formas de abordaje y de interlocución en campo. También proporcionaron la realización de prácticas de trabajo de campo para estudiantes cuyas carreras fueron atravesadas por la pandemia de COVID-19. 

Las fronteras mexicanas ya no son las mismas. Nosotros, nosotras, tampoco. En cada estancia de campo, en cada nueva interacción nos acercamos a las historias de “otros mundos”. Esto también nos hace otras personas, más inquietas y atentas, con nuevas preguntas y preocupaciones.
Bruno Miranda, doctor en Ciencias Políticas y Sociales por la UNAM, es investigador asociado en el Instituto de Investigaciones Sociales. Sus áreas de investigación recientes comprenden las migraciones y movilidades, los procesos fronterizos y la gobernanza migratoria. Indaga también sobre la espera forzada de personas migrantes en ciudades fronterizas mexicanas.
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