Entrevista   
31 de julio de 2024

Les llamaban ilegales, para nosotras son personas. Entrevista con Norma Romero Vásquez

Por: Pamela Suárez y Sandra Aguilar
Pamela Suárez: Queremos que las y los lectores de UNAM Internacional conozcan las acciones que desarrollan ustedes con las personas migrantes que viajan en La Bestia y las circunstancias que afrontan: ¿quiénes son Las Patronas?
Norma Romero Vásquez: Somos un grupo de mujeres voluntarias, creyentes, amas de casa, campesinas, que conformamos un grupo al ver a la gente en el tren. Decidimos actuar al ver esa realidad e iniciamos sin pensar en lo que conllevaba, dando de comer, compartiendo, siendo humanitarias con quienes menos tienen. Con base en nuestra devoción por la Virgen de Guadalupe, Patrona del pueblo, nos sentimos bendecidas por ella para ser servidoras en esta labor que inició en 1995.

Las Patronas nos consideramos mujeres que hemos vivido y sentido un llamado para conocer lo que hay a nuestro alrededor. Empezamos pensando que nos limitaríamos a dar comida y agua y nos dimos cuenta de que no sólo era eso lo que necesitaba la gente. Tuvimos una reunión entre madre y cuatro hijas para evaluar qué se podía hacer y cómo ayudaríamos. Al principio dábamos un pan y leche que luego derivó en un lonche para subsanar la necesidad de dar de comer a esa gente que no conocíamos.

Ese día tuvimos la oportunidad de preguntarles quiénes eran, por qué viajaban en el tren de esa forma. Y nosotras reflexionamos por qué y nos dimos cuenta de que las razones que nosotras asociábamos a viajar por gusto en el tren se convirtieron en la realidad de las personas migrantes que huían, que salen de sus países por la violencia.

Empezamos dando de comer y con ello vivimos y sentimos la migración. Durante veintinueve años hemos aprendido y enfrentado problemas. Fuimos catalogadas como locas por ayudar “a gente que no conocíamos”, “delincuentes”, “gente que venía hacer daño al país”; comentarios racistas. Esos comentarios no nos ayudaban, pero no nos hicieron dudar de lo que hacíamos. En la comunidad, a las personas migrantes les llamaban ilegales; para nosotras eran personas. Todo el apoyo que dábamos era de nuestra bolsa.

Empezamos a informarnos, aprendimos a usar el teléfono y la computadora. Año con año hemos buscado cómo ayudarles: tomamos cursos de derechos humanos, usamos las redes sociales, hemos brindado acompañamiento en temas de salud y visado, entre otros. Nunca imaginamos a lo que nos enfrentaríamos estando en nuestras casas, atendiendo el campo, sin darnos cuenta de que hacíamos falta en este espacio tan importante como es el paso a Estados Unidos. Todos estos años han sido de mucho aprendizaje y hemos tenido acompañamiento de otros grupos de activistas y de defensores que han caminado a nuestro lado.

Todo esto cambió la vida de todas las mujeres que participamos en este movimiento y que estamos muy comprometidas con esta obra que Dios puso en nuestras manos.

PS: Mencionaste que la Virgen de Guadalupe es la Patrona del pueblo; la localidad en la que viven se llama así y ustedes tienen ese nombre. ¿Cuando se pusieron ese nombre pensaban en esta relación entre la Virgen, la comunidad y el significado de la palabra siendo mujeres?
NRV: No; todo se ha ido vinculando. Iniciamos con un comedor que llevaba la comida a las vías y un día el tren se paró y uno de los migrantes nos dijo; “ustedes son una esperanza de vida para nosotros”. Esa frase fue muy significativa y la ocupamos para llamar a nuestro espacio Comedor esperanza del migrante. Posteriormente, la gente que visitaba la localidad y coincidía con nosotros nos comentaba que nosotras éramos Las Patronas, por las tres coincidencias mencionadas en la pregunta y aceptamos portar ese nombre con humildad y mucho orgullo.

PS: ¿Cuántas mujeres conforman el colectivo?
NRV: Al principio fuimos veinticinco mujeres. Empezamos trabajando muy bien, ayudando a la gente. Por diversas circunstancias algunas dejaron el grupo y quedamos diez, de las cuales somos seis compañeras y cuatro voluntarias. Además, participan dos voluntarios hombres de forma permanente.

PS: Los alimentos que preparan son recolectados en unas bolsas de plástico, mismas que se arrojan a las personas al pasar el tren, ¿qué más llevan las bolsas?
NRV: Aparte de la comida se les da información, por ejemplo, mapas que nos donan de los albergues que están funcionando en el país; ropa, cobijas, bolsas para la lluvia, agua. Además, se ha apoyado a las caravanas de a pie: salimos a las carreteras para acompañarles, les damos hospedaje en el albergue y, cuando son demasiadas personas, pedimos el salón social del pueblo para hospedarles y alimentarles. En la última caravana recibimos a cuatrocientas personas.

PS: Sobre las capacitaciones que ustedes han recibido, ¿cómo transmiten esta información a las personas migrantes?
NRV: La información se les da cuando llegan al albergue o en las vías, cuando les llevamos de comer. Se les platica sobre sus derechos, los lugares a los que pueden acudir si sufren algún abuso. Nos hemos capacitadas con la Universidad Iberoamericana en sus sedes de Puebla y Ciudad de México, con el Centro Prodh, además de que participamos en las diferentes invitaciones que recibimos de organizaciones cercanas; nos interesa mucho estar informadas. Recientemente estuvimos en la Cuarta y en la Quinta Visitaduría General de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH). Nos interesa darles el acompañamiento porque necesitan ser ayudados.

PS: ¿Cómo se organizan para ayudar a tantas personas? ¿Cómo se enteran de que ya viene el tren?
NRV: Anteriormente había mucha comunicación con todos los albergues del sur, se venía monitoreando cómo venían, cuántos llegaban. Por ejemplo, teníamos comunicación con albergues en Acayucan, en Coatzacoalcos, en Tierra Blanca que es el más cercano a nosotras. Teníamos el contacto con ellos y nos avisaban el número de personas que venían saliendo del albergue y que se montarían en el tren. También había un horario de los trenes, pasaban dos o tres trenes al día.

Dependiendo del número de personas que nos avisaban que venía, hacíamos kilos de arroz, por ejemplo, si nos decían que venían doscientos, calculábamos para trescientos y hacíamos de quince a veinte kilos. También contábamos con muchos apoyos, como el de la empresa Maseca, que nos enviaba mensualmente treinta bultos de harina. Además, se preparaban los frijoles. Posteriormente les dábamos una lata de atún, pan dulce y pasteles que proporcionaba almacenes Chedraui y algunas otras tiendas. También se recogía fruta de temporada, como mango, naranja, vaina, plátanos; era un trabajo de mucho apoyo.

Actualmente el tren pasa muy de mañana y por la noche. Nosotras atendemos el de la mañana, pues el de la noche pasa entre las doce y la una de la mañana y para esa hora ya vienen dormidos y no les podemos gritar para no confundirlos y ponerlos en riesgo; pueden pensar que es Migración y querer saltar del tren. Hasta ahora seguimos apoyando a los que pasan por la zona.

Sobre los maquinistas, anteriormente había mucha comunicación pues ya nos conocían y bajaban la velocidad permitiendo que les diéramos los alimentos a las personas. A veces se bajaban corriendo el riesgo de que el tren los dejara, lo que causaría un problema pues muchas de esas personas viajan en familia y con amistades. Pero al jubilarse los maquinistas cercanos, ingresaron nuevas personas que muchas veces no tienen conciencia sobre lo humano y las diferentes realidades.

PS: ¿Siguen contando con el apoyo de Maseca, Chedraui y otras empresas?
NRV: Maseca estuvo muchos años con nosotros, tuve la oportunidad de entrevistarme en Monterrey con el dueño, quien se comprometió a apoyarnos con harina. Desafortunadamente, cuando él fallece nos retiraron el apoyo al no ser una asociación civil, pues las empresas están interesadas en la deducción de impuestos. Esto nos ha dificultado las cosas. Nosotras somos un grupo de mujeres voluntarias.

Sin embargo, durante veintinueve años hemos logrado salir adelante, Dios nos ha puesto en nuestro camino a muchas personas de buen corazón, quienes han hecho que esto se sostenga bien. Para mí, como mujer de fe, Él nos ha echado la mano y ha estado al frente de su obra y seguirá tocando los corazones de las personas para que esto no decaiga. Él ha mandado otras manos para que nos ayuden en este voluntariado.

Sandra Aguilar: Existen estigmas, sobre todo en México, cuándo hablamos de migración o de personas migrantes, lo vemos diario en Ciudad de México ante las personas de origen haitiano que han llegado. Los comentarios que se escuchan son que “no los queremos aquí”, “nos quitarán fuentes de trabajo”, etcétera. ¿Alguna vez ustedes se imaginaron lo que significa esta ayuda para los migrantes? ¿El Estado en algún momento las ha presionado o sancionado por la labor que realizan?
NRV: Al principio, al no tener información y no conocer los derechos de las personas migrantes y los nuestros, llegaban los policías municipales a espantarles y quitarles lo poquito que traían. Nosotras, en cuanto sabíamos de esta situación, acudíamos al lugar para conocer a qué se debía la presencia de los policías; ellos no podían intervenir pues no estaba Migración.

Eso fue al principio, por el desconocimiento, pero nos fuimos capacitando, motivadas por muchas circunstancias que ocurrieron en las cuales vimos cómo amedrentaban a las personas migrantes. Cuando se presentaban estas situaciones, los migrantes corrían a los cañales que están cerca para esconderse. Esas situaciones nos motivaron a buscar información, a prepararnos para poder ayudarles.

Hasta el día de hoy nosotras siempre hemos tratado como personas a los y las migrantes y nunca nos han faltado al respeto. Hoy que ya son veintinueve años, puedo decirles que ninguno de ellos desea quedarse en México, no es su opción. En ocasiones se han quedado un par de días para trabajar en el campo, para ganarse unos cuántos pesos y seguir, pero insisto, su opción no es México.

Por otro lado, tampoco se quedan porque no pueden trabajar ya que no tienen papeles. Si a quienes los tienen se les pide experiencia, entonces es más difícil pues el migrante no tiene papeles ni tiene experiencia. México —insisto— no es la opción para la persona centroamericana; no creamos lo que se dice, el hermano migrante no desea quedarse en México.

PS: ¿Se imaginaban el impacto social que tiene alimentar a grupos, a decenas, a miles de personas migrantes?
NRV: No. Cuando empezamos a ayudar a las personas que viajaban en el tren nos dimos cuenta de que la mayoría eran hombres jóvenes. Nosotras somos mujeres, amas de casa; en mi caso, yo pensaba que no quería ver a mi hijo en ese tren y que debía apoyarlo hasta donde me fuera posible para ayudarle a superarse. Sin embargo, no todos los padres corremos la misma suerte para lograrlo. Nos ha tocado coincidir con personas que son profesionistas y que se suben al tren con el sueño de tener una mejor calidad de vida o, por lo menos, un empleo que no consiguen en su país. No vayamos tan lejos, esa misma situación pasa con personas mexicanas que migran a otros países debido a que no han encontrado el espacio para desarrollar lo que ya han estudiado.

PS: Todo lo que nos has platicado permite ver sólo una parte de lo que viven las personas migrantes. ¿Nos podrías platicar cómo abordan ustedes los apoyos que les brindan?
NRV: Antes era más difícil la gestión de los apoyos pues no sólo se centraban en la comida o en la salud, sino en echarles la mano al escucharles, animarles, ubicarles donde están, acercarles diferentes recursos para que contactaran a su familia. Aquí contamos con un teléfono para que puedan avisar que se encuentran con vida, en dónde están y que es lo que harán. Las personas migrantes que llegan caminando normalmente necesitan de dos a cuatro días para recuperarse, para lavar su ropa y seguir su camino. Quienes sufren un secuestro tienen un proceso más largo para recuperarse, para orientarle, informar dónde está, cómo está, etcétera. Como esas, hay muchas otras situaciones. Se habla de política migratoria pero las condiciones son cada vez más complicadas y no se hace nada.

Por otro lado, nosotras tenemos interacción con varias instancias del gobierno e instituciones. Por un lado, la CNDH, Atención al Migrante y el Instituto Nacional de Migración (INM). Anteriormente se apoyaba a las personas migrantes con visas humanitarias y nosotras servíamos como puente de verificación para revisar con el consulado si tenían antecedentes penales; en caso afirmativo, no procedía el visado; de ser negativo, la CNDH corroboraba la información y después el INM se encargada de ver el tema del visado. Con Atención al Migrante veíamos el tema de personas migrantes mexicanas que mueren en Estados Unidos o que se encuentran hospitalizadas, en etapa terminal; se apoyaba en la gestión de visas humanitarias para que sus familiares pudieran verles y tomar las decisiones correspondientes.

PS: ¿Cómo se ponen en contacto con ustedes las personas migrantes? ¿Llevan algún tipo de control o registro de ellas?
NRV: Nosotras trabajamos todos los días del año pues todos los días pasa la gente y las puertas nunca se cierran. Para salir nos organizamos, convocamos a las personas voluntarias de manera que las personas migrantes tengan un espacio para descansar y un plato de comida caliente.

De las personas migrantes que llegan a pie, diario se revisa cuántas personas nuevas estamos recibiendo y nos dividimos para que siempre haya alguien responsable que les pueda abrir a cualquier hora. A estas nuevas personas se les da la bienvenida, platicamos con ellas, nos cuentan sobre su camino, cómo se sienten, y las registramos en una base de datos, misma que se ha utilizado para colaborar, por ejemplo, con las madres que buscan a hijos desaparecidos, para aquellos casos de personas que mueren en las vías y se trabaja en conjunto con la fiscalía, entre otras situaciones.

Las personas migrantes saben de nosotras porque hay quienes han pasado más de una vez por aquí; entre ellas platican, saben que hay un grupo de personas que les ofrecen comida en las vías del tren, cerca de las cañeras.

PS: ¿Cuál sería la utopía de Las Patronas respecto de la migración?
NRV: El sueño más grande es hacer que cambiemos en la forma en que miramos a las otras personas, que les veamos como seres humanos que luchan por sobrevivir, que seamos solidarios con ellos, que todos actuemos como quisiéramos que nos trataran.

Nosotras estamos convencidas de que no se trata de tener dinero para ayudar, sino de que es un tema de voluntad; lo hemos constatado durante veintinueve años en los que hemos ayudado y nunca nos ha faltado. Hemos conocido durante todo este tiempo a muchas personas que han tenido la disposición de ayudar y de compartir con nuestros hermanos y hermanas migrantes. Podemos cambiar el mundo siendo conscientes de
las realidades y cambiando nuestra forma de pensar,
ayudándonos mutuamente.

PS y SA: Norma, reconocemos su labor, su sensibilidad, su ayuda y trabajo durante estos veintinueve años. Estamos muy agradecidas de haber compartido este espacio y experiencia contigo. ¿Habría algo que quisieras agregar?
NRV: Quisiera agregar que, para aquellas personas que tengan interés de ayudar, pueden hacerlo a través de un voluntariado, estamos seguras de que será una experiencia que les traerá a la realidad y les servirá para valorar muchas situaciones de su vida. Hemos recibido familias, personas extranjeras; no es necesario que cumplan con un periodo específico, sino que tengan disposición para ayudar durante su estancia y contribuyan como quieran en esta labor que hacemos Las Patronas. Pueden contactarnos al correo electrónico lapatrona.laesperanza@gmail.com, con la intención de organizar su participación.

Por último, deseamos que las personas migrantes se encuentren bien y en lugares donde puedan ser orientadas.

Agradecemos esta oportunidad para difundir nuestro trabajo a las personas que nos han invitado a participar fuera de México para tratar el mismo problema y visibilizarlo de una forma diferente. Gracias por esta oportunidad para hacer conciencia de lo que podemos cambiar.

Llévate mis amores
Indira Cato

Llévate mis amores fue mi primer proyecto. Lo inicié a los diecinueve años, siendo estudiante de Literatura Dramática y Teatro en la UNAM. Viajaba a Veracruz con dos estudiantes de la Universidad Autónoma Metropolitana, Arturo González Villaseñor y Antonio Mecalco y la casualidad —o quizá el destino— nos llevó a Las Patronas. Una tarde en la que les ayudamos a preparar bolsas de comida y a lanzarlas al tren fue suficiente para no querer salir de ahí. Y así fue como la pura pasión se fue poco a poco convirtiendo en un documental.

Aquel acto era tan bello, mágico, insólito, poderoso que no podía quedarse en el olvido; nuestra memoria era un mundo demasiado pequeño para que lo habitara. La resistencia estaba sucediendo ahí, en el anonimato, en un pequeñísimo pueblo de Veracruz, cambiando la vida de gente sin nombres, sin caras, sin papeles. Estaba haciendo brotar una de las facetas más puras del ser humano —y en estos tiempos una de las más olvidadas—; la solidaridad.

Queríamos saber por qué. No entendíamos las razones de este grupo de mujeres —que muchas veces sufrían las mismas carencias que las personas en el tren— para invertir su tiempo, su dinero, su esfuerzo en ayudar a gente que no conocían ni conocerían. Mientras cocinaban no estaban juzgando. No sabían quién se comería ese lonche, de dónde venía ni a dónde iba. No sabían siquiera si sobreviviría un día más a las hostiles condiciones de este violento país. Sólo sabían que tenía hambre y que ellas podían cambiar eso.

Pero no era sólo comida. Eran horas de trabajo duro, de cargar cacerolas inmensas de arroz humeante, lavar charolas a cambio de la merma del pan de grandes empresas. Era todo el amor que tenían depositado en cada bolsa. Uno de los episodios que no puedo olvidar sucedió un día en que iban a preparar huevos cocidos. Alguna de ellas dijo: “No les van a saber rico sin sal”. Yo, desde mi privilegio, pensaba que la sazón era lo de menos. Ante tal desesperación me parecía suficiente llenar el estómago. Pero para ellas no. Así que comenzamos a romper bolsas de plástico, tomar una pizca de sal y envolverla en cada uno de los trozos para más de cien paquetes. Entonces entendí que no era comida: era una carta de amor, un recordatorio de que alguien se preocupa por ti, alguien te ve, alguien te cuida. Cada bolsa era un empujón de fuerza para seguir adelante.

Recuerdo, más adelante, a Ernesto Pardo (maravilloso fotógrafo documental, una de las personas más nobles que conozco) durante una asesoría, viéndonos con ternura. Nos dijo algo así como “la pureza del primer documental nunca vuelve. Aprovéchenlo”. Hoy, a diez años del estreno de Llévate mis amores, entiendo a lo que se refería. El cine documental se apropió de mi alma. He trabajado en muchos proyectos, ahora ya con la conciencia de lo que viene y con la cabeza llena de planes, expectativas, estrategias. Llévate mis amores no tenía nada de eso. Era más bien un grito desesperado, puro, que salía del alma. Regreso a la película y sé que sin duda es eso lo que se refleja. No está viciada por la mirada de cineastas experimentados; no sabíamos a dónde iba, sólo que teníamos que seguir avanzando.

Desde su estreno, en 2014, en el Festival de Cine de Los Cabos, Llévate mis amores ha dado la vuelta al mundo. Me sorprende que se siga proyectando hoy en día. Esa es la magia del documental: la capacidad que tiene de transportar: que una persona en Taiwán pueda conmoverse y entender algo de su propia situación desde lo que está pasando en el otro lado del mundo, en otra cultura y otro idioma. Es ahí donde el cine se vuelve universal.

La realidad ha cambiado mucho desde entonces. Las políticas migratorias, el país, Las Patronas han ido y venido. Pero su esencia sigue más vigente que nunca. En un mundo que nos aísla, nos empuja a producir, a competir, a sobrevivir, ver a las otras personas es cada vez más un acto insólito de amor.

Indira Cato estudió Literatura Dramática y Teatro en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), con especialidad en Diseño y Producción. Además de dedicarse a las producciones documentales, se ha especializado en la crítica de teatro y colaboró en el libro Cine político en México (1968-2017).


Norma Romero Vázquez Vásquez es fundadora del colectivo Las Patronas de la localidad de Guadalupe, La Patrona, del municipio de Amatlán de los Reyes de Veracruz. Desde hace 25 años junto con las demás Patronas, ofrece asesoría, cobijo, alimento y solidaridad a los migrantes centroamericanos que pasan por su localidad a bordo del tren apodado La Bestia.

Pamela Suárez es integrante del equipo editoria de UNAM Internacional y coordinadora de Gestión en la Dirección General de Cooperación e Internacionalización de la UNAM.

Sandra Aguilar apoya el trabajo editorial de UNAM Internacikonal y es asistente ejecutiva del Director General en la Dirección General de Cooperación e Internacionalización de la UNAM.
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