Experiencias   
31 de julio de 2024

Instantes que duran. Una estancia de investigación en la Universidad de Salamanca

Por: María Fernanda Cisneros Arenas
Han pasado cinco años, una pandemia y una transición de género desde que conseguí una oportunidad de movilidad estudiantil a través de la beca de capacitación en métodos de investigación SEP-UNAM-FUNAM para estudiar en el Instituto de Iberoamérica de la Universidad de Salamanca (USal), España, aunada a una estancia bimestral de investigación sobre la construcción de la imagen paisajística fotográfica desde la mirada de personas migrantes y no masculinas en la Facultad de Geografía de la misma universidad. 

Era 2018, cuando crucé por primera vez un océano. Desarrollaba mi proyecto de titulación mientras ya me cuestionaba acerca de mi identidad y sobre cómo esto afectaba mi manera de percibir el paisaje. Llegué a la Facultad de Geografía de la USal para desarrollar mi investigación en compañía de la doctora María Teresa Paliza Monduate. Por cuestiones de salud, la doctora no pudo seguir asesorándome y continué mi estancia bajo la supervisión del doctor Luis Alfonso Hortelano Mínguez, director del máster en Evaluación y Gestión del Patrimonio Cultural. Esto me puso en un sitio de muchísima libertad de decisión, ante las actividades realizadas durante de mi estancia, pues el doctor Hortelano me designó una oficina personal para trabajar, me dio acceso a clases del máster que él dirigía, así como a un par de salidas de campo a otros sitios de Castilla y León. La investigación tenía un rumbo completamente autónomo. 

Salamanca es una ciudad estudiantil y la mayoría de los estudiantes no son originarios de allí por lo que es común ir formando nuevas comunidades que se apoyan entre sí. Desde el principio, la autonomía rodeaba mi estancia y me hacía sentir que navegaba en solitario. Esto me llevó a encontrar una amistad en línea que había estudiado antes en la USal, y se convirtió en mi primera guía (a distancia) por aquellos rumbos. Debido a la naturaleza social de mi investigación, no tardé en encontrar fuera de la web algunos grupos con quienes había empatía respecto de la identidad que en ese momento me estaba formando. Encontré así a; Iguales USal, al Grupo Feminista Akelarre Salamanca y a la Asociación Antiespecista de Salamanca. Al compartir espacios con estas comunidades se generó a mi alrededor una red de gente que también era disidente de la heteronormatividad y de lo que derivaba de ella. Eso fue suficiente para unir nuestras diversidades y reconocernos en aquel territorio tan ajeno. 

Mi investigación comenzó a girar en torno de los paisajes, las cartografías y los espacios que compartía con las personas que nos habíamos amalgamado en la diferencia. Sin pensarlo dos veces, nos reuníamos en los pisos compartidos, los parques, el centro social o las bibliotecas, para generar contenidos gráficos autónomos, preparar comida comunitaria o ver películas que se comentaban después en el cineclub. Pronto entendí que en Salamanca se llenan formatos para solicitar el acompañamiento de la Guardia Civil cada que deseas manifestarte; que allá a los suburbios se les conoce como “pentágonos” y que todos los comercios locales cierran de dos a cuatro de la tarde para la siesta. Dichas observaciones no eran en vano, pues iban construyendo el paisaje visual que formaba mi contexto en aquel momento. 

Al ser el primero de mi familia que visitaba un país extranjero, recibía de parte de mi madre constantes solicitudes de fotografías, pero eran pocas las veces que yo respondía con imágenes digitales de monumentos tradicionales o postales de rasgos turísticos, ya que mi cotidianidad se conformaba por otro tipo de arquitecturas y locaciones: festivales de música y arte alternativo, cenas comunitarias en el centro social autónomo o exploraciones de la periferia salmantina. 
A pesar de haber compartido aula y espacios con universitarios provenientes de mi propia casa de estudios, mi identidad de género siempre era un punto y aparte cuando intentaba fortalecer el vínculo en dichos círculos, observando que mi tránsito en las calles, mi búsqueda de espacios seguros y mi entendimiento del aquí, eran una mezcla entre la otredad vivida por las personas migrantes que habitaban en la ilegalidad y aquella percepción del turista académico que suele tener más libertades (respaldado por las instituciones que colaboran en investigación y producción de saberes). Era curioso gozar de ciertas ventajas que tenía como becario, como los descuentos estudiantiles, el acceso a un correo institucional y a la base de datos científicos del Instituto de Iberoamérica, aunque no tenía acceso al préstamo domiciliario porque no tenía matrícula oficial universitaria. 

Todo transformaba mi impresión del paisaje pues generaba referencias visuales en mi andar que, por rutinarias o variadas que fueran, siempre respondían a mi discurso de los sitios transitados desde la diferencia con la que percibe el migrante disidente sexual. Cabe mencionar que el bibliotecario del Instituto de Iberoamérica se volvió parte de aquella red mía de soporte y, bajo constantes vales de compromiso escritos a mano y acompañados de mi credencial de los cursos universitarios, me permitía llevarme libros por un par de días a casa, incluida la recién publicada selección de poesía, Aunque dure un instante, de la ganadora del XXVI Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, Claribel Alegría. 

Así transcurrieron dos meses en los que, aparte de mis colaboraciones autónomas, realicé breves viajes que me permitieron conocer lugares como las ruinas del tren Santander Mediterráneo, un proyecto que ha permanecido en el paisaje colectivo gracias a la narrativa oral de quienes protegen del saqueo y vandalismo lo que queda de dicha obra. Llegué hasta la frontera montañosa cuya neblina nos anunciaba que estábamos en Cantabria, y también salí en búsqueda de pinturas rupestres en la Sierra de Francia, en la frontera con Extremadura, aunque sin mucho éxito. 

De todo ello, los dos resultados que más satisfacción generaron en mí fueron; la realización del logotipo y el nombramiento de la Asociación Antiespecista de Salamanca, ahora conocida como “La Cerda” así como el proyecto de paisajes fotográficos impresos, a manera de postales, que repartí entre la gente con la que generé lazos afectivos y que también había llegado a Salamanca con el fin de convertir a la ciudad, un poquito, en parte de sí mismos.
María Fernanda Cisneros Arenas estudió en la Facultad de Geografía de la UNAM y realizó la movilidad estudiantil. 
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