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31 de julio de 2024

Fronteras invisibles. Aproximaciones desde un nuevo paradigma de la movilidad

Por: Cristina Oehmichen Bazán
Con el desarrollo de las tecnologías de la comunicación y de los transportes, la movilidad humana se ha venido incrementando de manera incesante y a un ritmo nunca antes visto. Estamos ante un sistema global de movilidad que incluye el movimiento de capitales, bienes y servicios, ideas y personas.

Ante estos cambios, el análisis de la migración ha requerido renovar sus enfoques teórico-metodológicos para ir más allá del estudio de los factores de expulsión y atracción de personas migrantes. En ese sentido, un nuevo paradigma de las movilidades se presenta como una de las propuestas más prometedoras y viables para el estudio de la migración y otros desplazamientos humanos. 

El concepto de movilidad se ha empleado para referirse tanto a los movimientos a gran escala de personas, objetos, capitales e información en todo el mundo, como a los movimientos cotidianos de las personas en el espacio público en el ámbito local. Entre todas esas formas de movilidad, este ensayo se enfoca en la movilidad humana que engloba a personas migrantes, desplazadas, refugiadas, así como a personas que realizan viajes de turismo, de trabajo y de estudios, y a otros actores que se mueven a través del espacio cartesiano. 
 

MIGRANTES Y TURISTMO: DOS POLOS DE LA MOVILIDAD 
Según cifras dadas a conocer recientemente por el Banco Mundial (The World Bank, 2023), alrededor de ciento ochenta y cuatro millones de personas (2.3 por ciento de la población mundial) viven fuera de su país de origen. Entre ellas se encuentran las personas migrantes, las desplazadas, las refugiadas y las solicitantes de asilo. Alrededor de treinta y siete millones son personas refugiadas que viven fuera de su país. 

Las personas migrantes constituyen una de las categorías más importantes de la movilidad; en el otro extremo se encuentran las personas que realizan viajes de turismo. De acuerdo con la Organización Mundial del Turismo (OMT, 2024), en 2023 se registraron mil trescientas millones de llegadas internacionales. Entre los países emisores de turistas destacan Estados Unidos, Canadá, los países europeos y de manera creciente, las naciones asiáticas. Entre los países más visitados se encuentra Francia en primer lugar, seguida por España, Estados Unidos, China, Italia, Turquía y México, siendo este último el único país latinoamericano con una alta posición internacional al contabilizar la llegada de cuarenta y cinco millones de turistas internacionales en 2023. 

El avance de la industria turística en un mundo cada vez más interconectado ha favorecido, a su vez, los viajes por motivos de estudios, el turismo académico y los viajes de negocios entre otras muchas actividades que involucran movilidad. Todo esto forma parte del sistema global de gran movilidad descrito por John Urry en Mobilities (2007), cuyas aportaciones han sido retomadas por especialistas que comparten los principios del “nuevo paradigma” de las movilidades. 


MOVILIDAD Y DESIGUALDAD 
Una primera consideración para el estudio de la movilidad consiste en analizarla a la luz de la inmovilidad. Ante el avance de la movilidad, se han creado nuevos dispositivos para regularla o incluso frenarla. Ahora es posible transitar por distintos países y atravesar en pocas horas grandes distancias, pero esa no es una posibilidad accesible para todas las personas. Mientras algunas cuentan con facilidades para viajar y atravesar grandes distancias en pocas horas, otras se enfrentan con obstáculos y dificultades para realizar el mismo recorrido. La alta movilidad de unos grupos o sectores sociales se presenta de manera simultánea con la inmovilidad de otros debido a factores económicos, sociales y simbólicos. Entre estos últimos: cuando no se cuenta con los recursos para viajar; la nacionalidad, cuando se carece de visados; o el género, cuando las mujeres no pueden viajar solas. En todos estos casos existen factores que anclan a millones de personas y limitan su libertad de movimiento. 

Una de las paradojas del sistema de gran movilidad se observa cuando millones de personas turistas son invitadas a viajar, hospedándose y alimentándose en lugares alejados de sus hogares y siendo atendidas por personas que se encuentran en una situación de inmovilidad, esto es, por personas trabajadoras de las sociedades anfitrionas quienes reciben turistas y cuyas condiciones de vida y trabajo son precarias y, por lo mismo, se encuentran ancladas o con muy poca movilidad: para que haya turistas móviles se requiere de personas trabajadoras con poca o nula movilidad. 

Así, las restricciones a la movilidad se relacionan directamente con la desigualdad de las personas según los recursos financieros con los que cuenten clase, su nacionalidad, su género y su origen étnico. Así, se constata que las restricciones tienden a acentuarse más para las personas de bajos recursos. Asimismo, la movilidad tiende a ser más reducida para las mujeres que para los hombres. Lo mismo puede decirse de las personas que pertenecen a minorías étnicas. 

Las fronteras nacionales, en su relación con la nacionalidad, son un fuerte dispositivo que posibilita o, por el contrario, restringe la movilidad. Los estadounidenses pueden ingresar sin visa a numerosos países, pero esto no ocurre en sentido inverso. Los mexicanos, por ejemplo, necesitan visa para entrar a Estados Unidos y ahora también a Canadá, pero los estadounidenses pueden ingresar a México sólo con su pasaporte. No está de más señalar que para millones de personas obtener la visa estadounidense es muy difícil de obtener. 

Existen, además, otras fronteras que restringen la movilidad y son menos evidentes. Están aquellas que son fronteras invisibles que impiden la movilidad vertical y horizontal de las mujeres, de las personas pobres o de las minorías étnicas y los grupos racializados. Al referirse a la movilidad en el contexto de la globalización, Bauman (2011) mostraba que, en el mundo globalizado, la nacionalidad y la “raza” (ahora se estila decir origen étnico por corrección política y porque se debate el concepto aplicado para los seres humanos) influyen en la capacidad de movilidad de las personas. 

Ser turista o ser migrante es una distinción que se ve reflejada en los usos diferenciados del tiempo y del espacio. Pero dichos usos también son diferenciadores (Bauman 2011, p. 8), pues el acceso desigual al capital y a la tecnología de la comunicación acarrea ventajas para unos y desventajas para otros. El acceso desigual a la movilidad es una expresión de la distribución desigual del capital simbólico, donde la nacionalidad juega un papel preponderante. Por ello, la movilidad de la población aparece como una capacidad que produce mayores desigualdades. Hay que sumar a lo anterior la edificación de imaginarios que nutren el racismo y la xenofobia, los cuales contribuyen a impedir o limitar el paso a las personas migrantes y a otras consideradas “indeseables” en determinados países o regiones, como pueden ser personas que profesan la religión musulmana, personas indocumentadas, comunidad LGBTQ+ y otras que son vistas como extrañas o como presencias amenazantes. En este proceso de construcción cultural de la diferencia y la distinción, los estados nacionales siguen teniendo un papel destacado como forjadores de alteridad (Segato, 2007). 

La desigualdad que se expresa en la relación entre movilidad e inmovilidad es un reflejo de la desigual distribución del capital, tanto económico, como cultural y simbólico en el sistema mundial. Además, la desigualdad en la movilidad puede ser un motor que produzca nuevas y mayores desigualdades. Quienes tienen mayor capacidad de movilidad pueden acceder a mayores recursos que las personas que se encuentran con una movilidad restringida. En ese sentido, la movilidad puede ser vista como una forma de capital que interviene en la constitución de nuevos mecanismos para reproducir y ampliar la desigualdad social (Pedreño, 2011). 

 
TURISTAS Y MIGRANTES 
Al advertir la relación entre movilidad y desigualdad, como la que se expresa en la relación entre personas turistas y migrantes, Nina Glick-Schiller y Noel Salazar (2013) proponen el concepto de regímenes de movilidad para identificar las tendencias que normalizan y facilitan los movimientos de unas personas y, de manera simultánea, frenan, impiden o criminalizan la movilidad de otras. Consideran que las posibilidades de que una persona sea turista, migrante, empleada de alto nivel que viaja por todo el mundo o estudiante que se forma en el extranjero, están condicionadas por su ubicación dentro de los regímenes de movilidad que operan a escala global. 

La desigualdad en la movilidad es una expresión de la distribución desigual del capital, tanto económico como simbólico. Dicha desigualdad es producto de las asimetrías de poder en el sistema mundial. La desigual capacidad de movilidad tiende a reforzar las desigualdades preexistentes, tales como las que se expresan en las relaciones entre países centrales y periféricos; entre hombres y mujeres; entre personas establecidas y forasteras; entre nacionales y procedentes del extranjero entre otras distinciones. Más aún, se plantea que la globalización no sólo incrementa la movilidad sino que también es generadora de nuevos esquemas de inmovilidad. Junto con la movilidad emerge un nuevo principio cultural-normativo global, basado en criterios de seguridad, que instituye lo que Shamir (2005) denomina el paradigma de la sospecha, a través del cual se busca cerrar el cruce de fronteras o reducir la movilidad a determinadas categorías de personas. 

La estructuración de la industria turística genera y reproduce la distinción entre personas turistas y personas trabajadoras locales, quienes se encuentran fijas en un territorio determinado y cuya capacidad de movilidad es poca. Con frecuencia esta estructuración se acompaña de otras características socioculturales, tales como la racialización de los puestos de trabajo que distinguen a las personas trabajadoras locales de las personas migrantes. 

En síntesis, para quienes participan del nuevo paradigma de la movilidad es necesario contrastar los diversos movimientos de unas personas con la inmovilidad o el anclaje de otras, las que permanecen fijas en un determinado sitio. Por otro lado, se propone estudiar la dinámica entre movilidad e inmovilidad con los mismos conceptos teóricos, sean desplazamientos libres de personas que realizan turismo, o movimientos de personas que se ven obligadas a moverse aún en contra de su voluntad, como es el caso de las víctimas de trata, las personas exiliadas, desplazadas y otras expuestas a situaciones de riesgo, como quienes son afectadas por sequías u otros desastres naturales relacionados con el cambio climático. 

Entre los dos extremos, movilidad e inmovilidad, se encuentran las personas turistas residenciales y las personas migrantes por estilo de vida. Se trata de personas que cuentan con una segunda residencia, entre ellas las personas jubiladas que residen durante algunas semanas o meses en algún lugar de clima más benigno que el de sus lugares de origen. Muchas de ellas son personas jubiladas de los países del norte de Europa que viajan a España y Portugal; también hay canadienses y estadounidenses en México, Costa Rica y Panamá, entre otros países. A ellos se han sumado las personas llamadas “nómadas digitales”, cuyo número ha crecido desde la pandemia debido al uso de plataformas digitales. Ya no importa en qué lugar del planeta se habita: ahora se puede trabajar en cualquier lugar siempre y cuando se tengan los medios técnicos para hacerlo: computadora y acceso a internet. Las formas digitales del trabajo han permitido deslocalizar una serie de actividades que antes se desarrollaban en un mismo espacio geográfico. En algunas ciudades estadounidenses como Houston, Los Ángeles o Chicago es frecuente ver grandes edificios ahora vacíos, pues los empleados y empleadas actualmente laboran desde sus casas. 
 

¿CÓMO ANALIZAR LA RELACIÓN ENTRE MOVILIDAD E INMOVILIDAD? 
Desde hace algunos años, se ha buscado tener un mismo marco teórico para analizar los distintos tipos de movilidad. Esta propuesta fue desarrollada primero por algunos geógrafos y sociólogos, entre ellos el ya citado Urry (2007). A partir de ahí se desarrolla el nuevo paradigma de la movilidad, en el que participan varias disciplinas científicas: la antropología, la sociología, la geografía y los estudios de las migraciones y del turismo (Hannam, Sheller y Urry, 2006). 

De acuerdo con esta aproximación, se busca que se puedan estudiar, con las mismas propuestas teóricas y metodológicas, diferentes fenómenos que tienen en común la movilidad humana. La propuesta es compartir un enfoque teórico que permita estudiar con las mismas herramientas los flujos migratorios; la movilidad de las personas turistas; los movimientos de las personas refugiadas, desplazadas, expatriadas; y ahora también las personas llamadas nómadas digitales, quienes disponen de ciertas cuotas de libertad y capacidad de movimiento. Dicha propuesta incluye analizar la inmovilidad de los sectores que tienen fuertes restricciones que limitan su motilidad o capacidad de movimiento libre e independiente. Algunos autores consideran que con la libertad que otorga la globalización para unos, se incrementa la inmovilidad de otros con el cierre de fronteras, como ocurre con las personas demandantes de asilo en terceros países o las que no pueden emigrar por carecer de recursos para costear sus desplazamientos (Hannam, Sheller y Urry, 2006). 

Las movilidades de las personas se producen a diferentes velocidades y en diferentes escalas. Para unas, atravesar fronteras puede tomar varios meses y representar un enorme gasto de recursos y energía mientras que, para otras, hacerlo es solo una cuestión de invertir algunas horas. Otros autores han enfatizado la manera en que las estructuras de poder inciden en la relación entre movilidad e inmovilidad. De acuerdo con esta perspectiva, la relación entre movilidad e inmovilidad expresa relaciones de poder. Además, la capacidad de movilidad puede verse como un dispositivo que genera desigualdad al acentuar las diferencias y contrastes con las personas que carecen de movilidad y se encuentran ancladas en un solo lugar. 

El estudio de la movilidad requiere también analizar los dispositivos creados para la inmovilidad: las fronteras, el rechazo a las personas migrantes, la xenofobia, el racismo, la misoginia, entre otros factores que limitan, canalizan y regulan el movimiento. Una manera de frenar los flujos migratorios es la racialización de los migrantes, en una construcción cultural acompañada de la invención de atributos negativos que tienden a crear una identidad negativa para quienes son consideradas personas “ilegales” (término que contraviene los derechos humanos en su esencia). Lo mismo podría decirse sobre los movimientos de las mujeres y su ingreso a determinados espacios antes considerados masculinos. 

El paradigma de la movilidad y la inmovilidad plantea una perspectiva renovada para las ciencias sociales, pues permite analizar la relación del sujeto con el movimiento en el espacio. El estudio de los movimientos de la vida cotidiana, así como el de las migraciones, el del turismo, el de las personas desplazadas o las solicitantes de asilo, permite ver la capacidad de movimiento (la motilidad) como un tipo de capital que se encuentra desigualmente distribuido. 

De ahí que dicha capacidad sea un elemento estructurante de relaciones que tienden a reproducir o acentuar las desigualdades, si se toman en consideración otros factores tales como la nacionalidad, la clase social, el género o la “raza”, lo que abre nuevas y prometedoras aristas para el estudio de los fenómenos relacionados con la movilidad humana. 
Cristina Oehmichen Bazán es doctora en antropología, investigadora en el Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM y tutora del Posgrado en Antropología. Entre sus publicaciones destacan: Movilidad e inmovilidad en un mundo desigual: turistas, migrantes y trabajadores en la relación global-local (editora, México: UNAM,  2019); Enfoques antropológicos sobre el turismo contemporáneo (México: UNAM, 2013), e Identidad, género y relaciones interétnicas. Mazahuas en la Ciudad de México (México: UNAM, 2005). 


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