Extensión
31 de marzo de 2023
Tres escritoras. Vicisitudes de la edición en español, un relato
Una autora española medianamente conocida ha logrado agotar la primera edición de su primer libro y ha conseguido que se reimprima por lo que ha desquitado el anticipo que el editor le pagó al inicio de su relación. Calculémoslo: cada ejemplar de la primera edición del libro se venderá a quince euros; el contrato dice que la autora obtendrá como regalías un ocho por ciento sobre el precio de tapa y que el tiraje de la primera edición será de cinco mil ejemplares. El anticipo es de seis mil euros, alrededor de ciento veinte mil pesos mexicanos. Una vez agotada la primera edición, el editor reimprime y sigue pagando las regalías semestral o anualmente. Incluso es posible, dado que el libro se ha agotado en menos de un año, que la reimpresión sea de diez mil ejemplares: el libro, como se dice en la jerga de la industria editorial y librera, tiene salida. Dos años más tarde, nuestra autora habrá cobrado un equivalente a trescientos sesenta mil pesos por la difusión de su obra escrita.
Una autora española medianamente conocida ha logrado agotar la primera edición de su primer libro y ha conseguido que se reimprima por lo que ha desquitado el anticipo que el editor le pagó al inicio de su relación. Calculémoslo: cada ejemplar de la primera edición del libro se venderá a quince euros; el contrato dice que la autora obtendrá como regalías un ocho por ciento sobre el precio de tapa y que el tiraje de la primera edición será de cinco mil ejemplares. El anticipo es de seis mil euros, alrededor de ciento veinte mil pesos mexicanos. Una vez agotada la primera edición, el editor reimprime y sigue pagando las regalías semestral o anualmente. Incluso es posible, dado que el libro se ha agotado en menos de un año, que la reimpresión sea de diez mil ejemplares: el libro, como se dice en la jerga de la industria editorial y librera, tiene salida. Dos años más tarde, nuestra autora habrá cobrado un equivalente a trescientos sesenta mil pesos por la difusión de su obra escrita.
Una autora similar, medianamente conocida, en México —o en Argentina o Colombia; la situación para el resto de los países de la región sería aún más difícil que lo que sigue— ha firmado contrato con un joven editor independiente que le ha ofrecido diez por ciento sobre el precio de tapa para el libro del que imprimirá mil ejemplares y que venderá en ciento cincuenta pesos mexicanos. No puede ofrecerle anticipo, un adelanto por las regalías de la mitad del tiraje que sería de siete mil quinientos pesos si se pudiera, porque el mercado le impide contar con recursos de inversión: los editores independientes y muchos corporativos (aunque en su caso no por falta de recursos sino por su costumbre de especular en los mercados de valores, así sean estos valores las regalías de las escritoras) en América Latina viven un problema permanente de liquidez. El joven editor independiente tendrá que reportar ventas a los seis meses y sobre ese reporte pagará a la autora, por fin, sus regalías. Pero a los seis meses, de los mil ejemplares sólo ha podido vender doscientos cincuenta; otro tanto se encuentra a consignación en diversas librerías; es decir, no lo ha cobrado. Algunas de ellas, las más grandes, pagarán seis meses después de realizadas las ventas y el resto, la mitad del tiraje, está en cajas repartidas por los pasillos de su pequeño departamento (los independientes van resolviendo sobre la marcha sus costos de producción, como son los de almacenaje). Le debe entonces a la autora tres mil setecientos cincuenta pesos, pero como no tiene liquidez, le paga con veinticinco ejemplares de su propio libro.
La autora española habrá encontrado unos ocho mil lectores para su libro en España, un país que tiene índices de lectura muy superiores a los latinoamericanos no porque haya hecho algo bien sino por razones geopolíticas, económicas y culturales de índole estructural. Hallará quizás otros dos mil lectores en América gracias a la promoción y distribución de los monopolios que es absolutamente inaccesible para los editores independientes americanos (los ejemplares del libro de nuestra autora española y los de la traducción de la autora alemana que pronto vamos a conocer han llegado a América por vía marítima, en un contenedor gigante, junto con cientos de miles de ejemplares de otros libros que publican los sellos del monstruo editorial, lo que ha abatido al mínimo los costos de transporte por ejemplar). No es que nuestra autora pueda vivir con ese producto de su trabajo; el costo de la vida en Europa es más alto que en América, pero ciertamente lo ganado le habrá permitido pagar parte de su alquiler y sus gastos cotidianos, ayudándose seguramente con un trabajo docente o algo así (quizá lea pruebas para su editor) y obteniendo el tiempo necesario para escribir su siguiente novela.
La autora mexicana, mientras tanto, escribió y publicó su segundo libro. Resultó ganador en un concurso de narrativa que le dio bastante difusión (aunque ningún premio contante), pero lo único que ha obtenido es una caja con otros veinticinco ejemplares que no sabe cómo manejar. Deja cinco a consignación en la librería de viejo de su barrio y tiene que aceptar que el librero se quede con el cuarenta por ciento del precio de tapa que su editor había fijado (su regalía se redujo a casi la mitad). Deja otros cinco, también a consignación, en la miscelánea de su calle y logra que el tendero acepte quedarse con sólo el diez por ciento del precio de tapa (prefiere no informar al tendero que cuando un editor fija el precio de tapa, está fijando también el margen que podrá ganar por encima del cuarenta por ciento que debe darle al librero).
Ahora añadamos una nueva autora al ejercicio, la alemana que ya anunciábamos. Es más o menos conocida en Europa pues su primer libro agotó una edición de veinticinco mil ejemplares en seis meses y el editor pudo colocar derechos de traducción en varios países: diez mil ejemplares en Francia, otros diez mil en los Estados Unidos, siete mil en Italia, cinco mil en Suecia, otro tanto en Dinamarca, en Noruega, en Holanda, en Bélgica… Además de los depósitos semestrales por regalías producto de las ventas, la autora recibe de su editor otro cheque cada que firma la cesión de derechos de traducción; ya está en proceso una en Corea y, una vez abierto ese mercado, China y Japón esperan. Con respecto de la traducción española, la semana pasada, en los “días de expertos” que asigna la Feria de Fráncfort, el editor alemán recibió a un editor independiente argentino interesado en publicar una edición de mil ejemplares del libro en español en aquel país, con posibilidad de distribuir algunos también en Uruguay y quizá en Paraguay, pero SuperNova Verlag prefirió ceder los derechos a Penguin Random House España que los ha comprado en exclusividad para el “área idiomática” y será capaz de producir inmediatamente cincuenta mil ejemplares de una traducción descuidada y pensada exclusivamente para lectores madrileños: cuarenta y cinco mil para el mercado español y el resto para “las Américas”, incluyendo los mercados hispanoparlantes de Miami, Chicago y Los Ángeles.
El joven editor independiente que publicó a la autora mexicana ya desistió de seguir intentando que el libro esté en las mesas de novedades de Gandhi y las librerías del Fondo de Cultura Económica. Hace años que descartó la posibilidad de que sus ediciones estén en Sanborns o en las cajas de los súpers, ese canal de distribución que se conoce como “grandes superficies”. No tiene más remedio que confiar en su red de distribución: una página de empresa en Facebook con sus respectivos rebotes en Instagram; un agotador maratón de eventos en línea con la autora —en la inercia de la pospandemia— a los que asisten siempre los mismos cuatro escritores del sello, con ediciones también cortas e imposibles de desplazar, y en la exhibición de su catálogo (los cinco títulos de diseño vanguardista) junto a estropajos de zacate, cucharas de palo y pepinos orgánicos en un puesto que le prestan los domingos en “El 100”, la bioferia del Centro Urbano Benito Juárez, ahí junto a la colonia Roma, donde hordas de nuevos residentes jóvenes gastan sin parar en productos veganos, orgánicos y gluten free, a precios de comercio justo, pero nunca en un libro, sus universos de lectura transcurren en pantallas.
Las tres autoras, la alemana, la española y la mexicana se encuentran en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (la mexicana ha llegado ahí en autobús pagado con su propio peculio, y se hospedará en casa de amigos). Todas presentarán sus ediciones en ese magnífico evento cultural; la alemana en una actividad central pues su país es invitado de honor (y ella ya es muy famosa, todo el mundo quiere su firma en la portadilla de la estupenda edición española que ocupa todas las mesas de novedades del continente americano); la española en un gran evento que agrupa a los principales autores del monopolio editorial que la publica, incluido un par de afortunados escritores latinoamericanos, y la mexicana en una lecturita que comparte con otras tres escritoras mexicanas publicadas por sendas editoriales independientes, cada una de las cuales ha llevado diez ejemplares de cada una de sus ediciones para exhibirlas todas juntas en un stand indie en que la oferta se desdibuja en caos y desorden.
Consagrada, nuestra escritora alemana —que en Latinoamérica ha sido leída en una traducción española que la vuelve ajena a las hablas locales, accesible solo para una elite “culta”— ya tiene garantizado su retiro y el tiempo que necesitará para escribir con calma sus próximos libros. Nuestra española batalla un poco más, pero gracias a la fuerza del monopolio que la respalda empezará a crecer en ventas en los territorios conquistados y aunque no tendrá suficiente aún para el retiro, podrá incluso dejar el trabajo en el colegio y dedicarse por fin solamente a escribir. La mexicana ahora tendrá otros veinticinco ejemplares producto del nuevo abono por parte de su editor sin liquidez para poder ir regalando a quien se encuentre, mientras va perdiendo el vuelo para escribir otro libro pues la jornada de nueve horas diarias de mecanografía en el trabajo que acaba de conseguir la deja absolutamente agotada.
Por su lado, el empleado español de la editorial corporativa y el editor alemán han venido cobrando todo este tiempo salarios que al editor mexicano le parecen exorbitantes. Este, por su parte, ya no puede pagar la renta de su departamento convertido en almacén ni desea volver a entablar una relación contractual con escritor alguno después de los airados reclamos que le han hecho porque sus libros no están en las librerías ni sus regalías en sus cuentas bancarias. Además, está agotado de realizar por sí solo el trabajo de ocho o nueve personas (edición, corrección, diseño, diagramación, publicidad, administración, ventas, almacén y conserjería). Vende todos los activos de la empresa, básicamente una computadora ya obsolescente, la declara en quiebra, la cierra y compra un carrito de
hot dogs.
* * *
El campo donde el dominio lingüístico, económico y cultural de España sobre sus “repúblicas hijas” (aún hay quien la llama “madre patria”) se vuelve más problemático es la industria editorial. Bastante dilema es ya que el mundo de los libros quede reducido a una industria y a un mercado: la producción de material de lectura para todos debería estar por encima de la lógica discriminante e inequitativa del mercado, dado que atiende un derecho humano, el del acceso a la información. Esta reducción de todo un universo cultural a la lógica y la dinámica del dinero no hace sino apuntalar el dominio de España sobre América en el mundo de los libros, dominio en el que hoy, además, ya no es España la que dicta las dinámicas sino sólo la intermediaria de un dictador más fuerte, los enormes monopolios transnacionales de medios como Bertelsmann, a los que les ha venido de perlas que en idioma español ya hubiera una estructura centralizada, desde España, de domino del mercado.
La proporción de diez españoles por noventa americanos que se ve en los hablantes nativos del español, casi se invierte en cuanto a los libros. No existen estadísticas confiables que nos permitan apuntalar estas hipótesis (los análisis que realiza CERLALC, el organismo de UNESCO encargado de la promoción de la industria editorial en Iberoamérica, se basan en datos del ISBN que están lejos de abarcar toda la producción editorial latinoamericana y que no incluyen información sobre el tamaño de los tirajes, por lo que establecen una sesgada igualdad entre un título del que se imprimieron mil ejemplares y otro del que han salido al mercado cincuenta mil), pero calculamos que la proporción de la producción latinoamericana respecto de la española es de al menos uno por cada siete y la de ejemplares alcanza una proporción de uno por cincuenta.
El mercado editorial latinoamericano está tan saturado de libros españoles que no le caben los locales: la mayoría de los best sellers globales se traduce y se produce en España; el libro de mayor salida comercial en canal abierto, las series en venta en puestos de periódicos, viene casi en su totalidad de España y para el canal en que se deben desarrollar contenidos locales por ley, el del libro de texto escolar, las grandes editoriales españolas abren oficinas americanas y acaban también acaparando ese mercado que en algunos países es el más jugoso de todo el sistema editorial.
Un auténtico entorno de posibilidad para el sector editorial latinoamericano solo será posible si se establecen criterios en el ámbito de las políticas públicas del sector cultural que contribuyan a una nivelación de la invasión española con la producción americana, que puedan poner fin al desigual dominio español en los mercados fuera de Europa. Se trata de algo que no se puede resolver mediante las fuerzas que los incautos atribuyen a los mercados: no lo resolverá la competencia porque los puntos de partida no son iguales, existen diferencias estructurales que solo pueden ser resueltas mediante la acción conjunta de los Estados.
Especialmente en el mundo de las traducciones, es indispensable que los editores en otros idiomas eviten ceder derechos de traducción en exclusividad para una entelequia absurda como es la del área idiomática fundada en la errónea idea de que los hispanohablantes conformamos una comunidad homogénea. Seguir insistiendo en eso equivale a detener el proceso de liberación de las diversidades y las diferencias; equivale a seguir creyendo que las hablas de las calles, los pueblos, los barrios, son incorrecciones respecto de una norma culta o que los hablantes son enemigos del lenguaje.
Carlos Maza es editor de UNAM Internacional.