Encuadre   
31 de marzo de 2023

El valor económico del español

Por: Rodrigo Garza Arreola y Mireya Tijerina González
El valor económico del español es incuestionable dado el destacado lugar que ocupa esta lengua a nivel global según las valoraciones demográficas y económicas registradas por el Instituto Cervantes. Este instituto asigna valor económico a la lengua dependiendo de su número de hablantes. Por ejemplo, de acuerdo con las cifras de su informe 2022 [ver infografía en páginas 29], el español ocupó hasta esa fecha el segundo lugar mundial por su número de hablantes nativos y el tercero de acuerdo con la participación de los países de lengua hispana en el producto interno bruto (PIB) mundial. Estas cifras, al mismo tiempo que expresan la indiscutible relevancia del español, plantean un dilema que ha sido pasado por alto y que aquí queremos destacar: si el valor de una lengua aumenta con el número de hablantes, ¿cómo es posible, entonces, que la contribución de los hispanohablantes al PIB mundial no sea proporcional al tamaño de su población? Es decir, si es verdad que el valor de una lengua aumenta con el número de hablantes y se mantuviera, por ejemplo, la proporcionalidad que existe entre el número de hablantes del chino mandarín y su contribución al PIB mundial, entonces el poder adquisitivo de los hablantes del español debería de ser sesenta y tres por ciento mayor al actual; esto es, faltan 3.73 billones anuales de dólares cuya ausencia en la contabilidad del PIB mundial necesitamos explicar. Si utilizáramos la proporcionalidad de los hablantes del inglés, el faltante sería aún mayor. Como podemos observar, diferencias de tal magnitud, aunque se trate de estimaciones generales, ya no resultan tan irrelevantes. En este breve ensayo aventuramos una solución al enigma planteado y extraemos conclusiones que creemos relevantes no sólo para comprender la situación actual y el futuro del español, sino para entender cuáles condiciones podrían modificar el futuro del inglés y del chino mandarín, ofreciendo una ventana de oportunidad para aumentar el valor del español. 

Muchos de los escasos estudios que han abordado el valor económico de una lengua como el español han partido de considerar a la lengua como una mercancía cuyo valor se determina por su intercambio en el mercado. Existiría, según este planteamiento, una oferta y una demanda por la lengua denominada español. De la interacción entre la oferta y la demanda se determinaría un precio y una cantidad de equilibrio a través de los cuales todo aquel que quisiera participar en este intercambio, ofertando y demandando a la lengua española, encontraría satisfecho su deseo. Si de pronto aumentara la demanda de español, el sistema de mercado haría que tanto el precio como la cantidad del idioma aumentaran en consecuencia. Finalmente, a través de este equilibrio podríamos inferir el valor creado por la lengua española como la suma de los excedentes de los oferentes y los demandantes del español. Mientras que estos intercambios se efectúen libremente, es fácil concluir que adquirir e intercambiar esta lengua en el mercado genera valor positivo; sin embargo, la pregunta más relevante sería saber si el valor creado es mayor o menor cuando se trata de una lengua distinta al español.

Este enfoque es quizá más pertinente para entender el mercado de los cursos de idiomas que efectivamente constituyen una industria significativa, cuantiosa y en crecimiento. La UNAM, a través del Centro de Enseñanza para Extranjeros, se ha especializado en la enseñanza del español, realizando una gran labor que ya cumplió sus primeros cien años. Siguiendo el razonamiento económico, más que una mercancía como un bien de consumo, la lengua debería entenderse como un insumo de la producción, más específicamente, como una inversión en capital humano. En este marco de análisis, el valor económico del español se calcularía como una tasa de rendimiento sobre la inversión realizada y la comparación relevante sería contra los rendimientos de otras inversiones de capital humano, no sólo la de aprender una lengua distinta al español; las comparaciones se facilitan puesto que la rentabilidad de estudiar una lengua se expresa como un porcentaje. La inversión en capital humano es intensiva en tiempo invertido y su costo se eleva también con la edad de las personas. Asimismo, el rendimiento de la inversión depende del horizonte de vida del proyecto (durante cuántos años será útil hablar esa lengua) el cual se acorta con la edad. Por todo esto, el rendimiento de aprender un idioma, como inversión en capital humano, es generalmente mayor en la niñez que en la edad adulta. No obstante, si el mercado laboral premia aprender una nueva lengua —como puede ser en la actualidad el caso del inglés o del chino mandarín— la inversión puede ser rentable en edades adultas. De acuerdo con este enfoque de capital humano, es posible hacer cálculos específicos sobre el rendimiento de hablar más de una lengua particular en ciertos mercados laborales; por ejemplo, Fundación Telefónica ha estudiado el efecto del bilingüismo reflejado en los salarios de los trabajadores de origen latino en los Estados Unidos. El enfoque de  capital  humano también ha dado lugar a la teoría del crecimiento económico endógeno que destaca las externalidades positivas de la inversión en capital humano; esto quiere decir que la inversión de capital humano no reditúa únicamente para la persona que invierte en educación sino que también las comunidades suelen beneficiarse de ella, lo que lleva a concluir que subsidiar la educación para hablar otros idiomas, como lo ha hecho consistentemente la UNAM, puede ser una muy buena inversión social. 

Si bien considerar a la lengua como una mercancía puede ser un buen punto de partida, creemos que no nos lleva muy lejos. Según datos de Fundación Telefónica citados por el Instituto Cervantes, la lengua como mercancía explica el quince por ciento del PIB estadounidense, un monto nada despreciable, aunque consideramos que el valor de una lengua es aún mayor. Nuestra hipótesis es que el papel de la lengua en la generación de riqueza es más similar al papel que juega el propio sistema de precios que al papel que desempeña una mercancía; de hecho, afirmamos que ambos sistemas, la lengua y los precios, interactúan para determinar la capacidad total de las regiones del mundo y sus hablantes de generar riqueza a través del intercambio y la especialización del trabajo. Con esta hipótesis pretendemos explicar el sesenta y tres por ciento del PIB anual que deberían sumar los países de lengua española y que no llega a existir.

Michael Foucault en Las palabras y las cosas (1968) considera los verbos representar, hablar, clasificar y cambiar como los actos que permiten formular una arqueología de las ciencias humanas. En este texto seminal Foucault reflexiona sobre el lenguaje convertido en objeto y concluye:

En el momento en el que el lenguaje, como palabra esparcida, se convierte en objeto de conocimiento, cauta deposición de la palabra sobre la blancura de un papel en el que no puede tener ni sonoridad ni interlocutor, donde no hay otra cosa que decir que no sea ella misma, no hay otra cosa que hacer que centellar en el fulgor de su ser. (294)

La lengua, más que un objeto o una mercancía (o en adición a ello) es un sistema que permite a los hablantes o usuarios generar valor social en un sentido amplio. Podríamos decir que dicho sistema consiste en un conjunto limitado de reglas y un vocabulario finito que permite a los hablantes construir y comprender frases gramaticalmente correctas, aunque nunca las haya emitido o escuchado previamente.

La forma en que este sistema lingüístico interactúa con el sistema de precios y con otros sistemas culturales, como el de representación, es precisamente a través del proceso de generación de riqueza material y financiera en nuestras sociedades, así que lo importante es entender cómo se produce esa riqueza. Una de las primeras nociones que se formularon a este respecto fue la idea comandada por el mercantilismo que asociaba la riqueza con la posesión de materias primas y metales preciosos; la recomendación de esta doctrina para los gobiernos que buscaban aumentar su poder y su riqueza era imponer barreras al comercio internacional de tal forma que la potencia mantuviera un superávit en su cuenta corriente con sus rivales políticos, es decir que sus exportaciones fueran mayores que sus importaciones. A través de los mecanismos de balanza de pagos y de los complejos patrones monetarios se podría pensar que estas recomendaciones mercantilistas en efecto aumentaban la riqueza de las naciones porque implicaban —al menos en el corto plazo— la entrada de metales preciosos como el oro o la plata a las arcas; sin embargo, a largo plazo, si esa riqueza no era respaldada por un crecimiento de la productividad del trabajo, se esfumaba a través del aumento sostenido del nivel de precios, fenómeno conocido como inflación. No es este el espacio para reseñarlo, pero podemos mencionar que para algunos historiadores la prevalencia de la política mercantilista en la corona española explica en parte la caída de su imperio.

David Hume realizó avances significativos para explicar el mecanismo de atesoramiento del mercantilismo y cómo éste resultaba contraproducente en el largo plazo, pero fue su compañero de la Universidad de Edimburgo, Adam Smith, quien desentrañó el origen de la riqueza de las naciones. De acuerdo con su famosa investigación, no eran los recursos naturales o el atesoramiento de los metales preciosos lo que hacía más rica a una nación; la clave para entender la riqueza de las naciones es la división del trabajo, es decir la especialización de las tareas, a través de la cual es posible incorporar el conocimiento acumulado a la producción de bienes y servicios. Adam Smith formuló lo que se considera uno de sus principales hallazgos: la división del trabajo se encuentra limitada por la extensión del mercado. De esta manera, contrariamente a lo que decían los mercantilistas, quienes buscaban el proteccionismo y la autarquía en materia de comercio internacional, la recomendación de Smith para las naciones era ampliar el comercio exterior para así acceder a una mayor especialización del trabajo mediante la explotación de las ventajas absolutas de cada país.

El sistema del habla y el sistema de precios interactúan determinando la riqueza potencial de un territorio y de sus hablantes

Fue David Ricardo, con su noción de la ventaja relativa, quien terminó de afinar la teoría del comercio exterior. Sin embargo, ambas versiones parecen ignorar que parte de la especialización del trabajo ocurre dentro de las empresas y que esa especialización del trabajo se coordina no sólo con precios sino principalmente con actos del habla tales como órdenes, instrucciones, reglas, así como normas compartidas que definen la cultura y que se encuentran codificadas a través de la lengua y de otros sistemas simbólicos como son los rituales y las celebraciones. De esta forma, el sistema del habla y el sistema de precios interactúan determinando la riqueza potencial de un territorio y de sus hablantes.

Los relatos bíblicos parecen expresarlo muy bien. Por una parte, en el Génesis podemos leer que Yahvé confundió la lengua de los hombres para evitar la construcción de la torre de Babel; en cambio, en el libro de los Hechos se dice que el Espíritu Santo otorgó el don de lenguas a sus discípulos para poder difundir su palabra. Estos relatos ilustran claramente el papel de la lengua para elevar o reducir lo que los economistas llamamos costos de coordinación. Gracias a las reflexiones del maestro de la Universidad de Chicago, Gary S. Becker, sabemos que no es la extensión del mercado —como creía Adam Smith— lo que limita la especialización del trabajo, sino los costos de coordinación. Así lo vivió el imperio romano en tiempos de Trajano y fueron Adriano y Marco Aurelio quienes construyeron las murallas en los extremos de su dominio y a partir de ellos comenzó su decadencia. Así también lo experimentan las grandes empresas internacionales como Procter & Gamble, que tienen que ajustar su arquitectura organizacional para sopesar las ganancias de la especialización del trabajo contra los costos de coordinar a sus especialistas.

Entender a la lengua como un sistema y no como una mercancía nos permite comprender que el fenómeno del habla, a diferencia del sistema de precios, está sujeto a lo que la teoría de la complejidad llama dependencia de la senda, también conocida como histéresis (es decir, el estado de un sistema depende de los estados previos por los que ha pasado). Aunque en apariencia nos desvía del tema principal, será muy importante aclarar este concepto. La lengua y el sistema de precios comparten algunas características importantes; por ejemplo, ambos son órdenes espontáneos que no requieren de regulación para alcanzar un estado de equilibrio. Sin embargo, aquí vale la pena destacar una diferencia esencial entre el sistema de precios y el sistema del habla. Mientras que en el sistema de precios el estado de equilibrio del intercambio de mercancías existe, es único, es estable y es óptimo, en la lengua como sistema pueden existir múltiples equilibrios, no todos ellos estables, y no es fácil establecer el criterio de optimalidad pues pueden existir asimetrías imposibles de conciliar entre ganadores y perdedores. Una de las principales diferencias a destacar es que, mientras en el sistema de precios no importan las condiciones iniciales —tarde o temprano el equilibrio se establecerá— en un sistema con dependencia de la senda, como afirmamos que es la lengua, las condiciones iniciales importan al grado que un grupo social como el de hispanoparlantes puede quedar atrapado en la historia. Esta situación ha sido ejemplificada con casos extraídos de la adopción de ciertos estándares industriales que, una vez adoptados por una masa crítica significativa, resulta prácticamente imposible modificar; no obstante, estos estándares pueden haber dejado de ser óptimos. Un ejemplo muy popular y que ilustra muy bien el fenómeno es el de la configuración de los teclados de las computadoras que conservan el orden de las teclas de las antiguas máquinas de escribir hoy en desuso; a partir de este caso paradigmático, a este tipo de fenómenos se les llama Qwerty. El sistema del habla comparte esa característica con otros sistemas de estándares adoptados por grupos de usuarios. Por esa razón, al hablar de la lengua, la historia importa. En este sentido debemos recordar de forma breve y esquemática la historia de la gran expansión de la lengua española. El imperio “en el que no se pone el sol” llegó a tener tal extensión que a partir de cierto momento enfrentó mayores costos de coordinación en comparación con las llamadas Compañías de Indias Occidentales que fueron los esquemas de explotación de los territorios de América elegidos por los poderes británico y holandés, entre otros.

Un primer resultado de nuestro enfoque es que el valor económico relevante de una lengua debe ser el valor neto, esto es, la diferencia entre los ingresos generados por la especialización del trabajo y los costos de coordinar dicha especialización. Otro aspecto relevante de la historia de nuestra lengua es que el imperio español determinó prohibir el comercio entre sus colonias o virreinatos en América para no perder el control sobre sus dominios en ultramar; medida que probó ser contraproducente, llevando a un progresivo desmembramiento del imperio que culminó en 1898. 

Entonces, un segundo resultado de aplicar nuestro enfoque a la lengua es que una vez que se alcanza un equilibrio entre el número de hablantes es difícil modificarlo, aunque los resultados no sean los deseados. Por su parte, los países que surgen de ese desmembramiento son las actuales naciones de habla hispana en América que parecen ciertamente estar atrapadas en la historia, incapaces de superar el umbral que les permita una prosperidad sostenida. De acuerdo con el índice de facilidad para hacer negocios del Banco Mundial, los países de lengua española tienen mayores costos para hacer negocios en términos de apertura de una empresa, financiamiento, cumplimiento de contratos y atención a situaciones de insolvencia, entre otros parámetros. De acuerdo con datos de Transparencia Internacional, la percepción de corrupción es elevada en estas naciones. Todo lo anterior incide en mayores costos para coordinar especialistas. Una medida de costos de coordinación sería entonces, precisamente, los 3.73 billones de dólares anuales —por supuesto, esta cifra, expresada en valor presente, sería mucho más cuantiosa y hasta cierto punto trágica por lo que renunciamos a su cálculo—. La herencia hispana no es un hecho del pasado, es un pretérito presente en nuestra capacidad de generar riqueza, no solo por su valor sino por los costos con los que grava la especialización. Alfonso Reyes señalaba que la inteligencia americana, comparada con la europea, es menos especialista. Esta aguda observación puede ser explicada por nuestra hipótesis fundamentada en los altos costos de coordinación.

Un tercer resultado de nuestro enfoque es que una vez que se alcanza un equilibrio alrededor de ese estado de la cuestión, se desarrollan modos de vida y narrativas que lo apoyan y lo mantienen. Como hispanohablantes también somos herederos de una narrativa que aceptamos muchas veces sin reflexión. Este relato está compuesto de dos partes: primero, el mito del cuerno de la abundancia que señala al continente americano como territorio pletórico de recursos naturales, sean estos metales preciosos o hidrocarburos; de ahí nuestra predilección por las políticas mercantilistas. Segundo, el arquetipo de la víctima de la historia cuya venganza a nombre de todos los oprimidos impulsa a un gobierno tras otro a articular políticas públicas inviables, privilegiando el proteccionismo y la autarquía que perpetúan a las elites y que mantienen debajo de la línea de la pobreza a porcentajes muy elevados de la población.

Hasta aquí, el enfoque que proponemos—entender a la lengua como un sistema y no como una mercancía—, además de ofrecer una respuesta al problema planteado respecto del español, nos permite explicar el lugar que ocupan en la actualidad los hablantes del chino mandarín y del inglés como los principales contribuyentes al PIB mundial. Más allá de explicar lo obvio, el enfoque propuesto también nos ayuda a responder a la pregunta sobre el futuro de estas dos lenguas. No sólo el español está sujeto a la dependencia de la senda; también el inglés y el chino mandarín lo están, aunque se encuentren en estados distintos. Veámoslo por partes. En primer lugar, si el poder adquisitivo de los hablantes del chino mandarín se explica principalmente por el número de hablantes, el factor relevante para su futuro será el peso de los costos de coordinación para fijar los límites del futuro crecimiento del PIB de China. En segundo lugar, respecto a la hegemonía del inglés como lengua franca del comercio internacional, podría verse amenazada por la actual ola de pensamiento mercantilista y antiglobalización (como ocurrió con un presidente que dirigió a esa nación recientemente). Pareciera que la hegemonía estadounidense en la actualidad está corriendo la misma suerte que la hegemonía española con la llamada leyenda negra sobre su empresa imperial. Como puede constatarse en las redes sociales, circulan con gran poder de contagio narrativas en contra de las instituciones de la libertad política y del libre mercado, de manera que incluso el inglés como lengua hegemónica podría encontrar su declive.

No queremos concluir nuestro ensayo sin extraer un cuarto resultado de nuestra hipótesis: la lengua como sistema tiene múltiples equilibrios, no solo aquel en el cual parecieran encontrarse atrapadas las naciones de Hispanoamérica. En consecuencia, con respecto de la ventana de oportunidad para el español mencionada al inicio, con los escenarios que hemos visto para el inglés y el chino mandarín, podríamos pensar en la posibilidad de un reordenamiento del español entre las lenguas hegemónicas de las próximas décadas. Así que antes de renunciar al español habría que señalar que dentro del claroscuro que conforma la herencia del imperio español y su hegemonía rota —o invertebrada como diría José Ortega y Gasset— solemos perder de vista ciertos destellos y claridades que a los hispanoamericanos y en particular a los mexicanos, nos toca destacar. Tal es el equilibrio (inestable) del humanismo que floreció en la metrópoli de la Ciudad de México a finales del siglo xvii, cuando un texto poético escrito en español fue capaz de articular de forma armónica elementos en apariencia disonantes; enumeremos los principales: la práctica del sacrificio humano entre los pueblos originarios de América; el mito grecolatino de Narciso y Eco; el Cantar de los Cantares de la Biblia hebrea; la Pasión de Cristo del Nuevo Testamento; la eucaristía del rito católico y el pensamiento no cristiano. Todo lo anterior con la originalidad de una voz femenina de origen americano, a través de un auto sacramental con versos herederos del cántico espiritual de San Juan de la Cruz, así como de la gran tradición barroca del Siglo de Oro español, pero dotados de una originalidad insólita. Nos referimos, por supuesto, a El divino Narciso de Sor Juana Inés de la Cruz.

En esta época en que los discursos tienden hacia la división y la polarización debemos mirar hacia otros posibles equilibrios. Como lo ejemplifica el caso de Qwerty, una vez adoptado un equilibrio por una masa crítica de la población, es muy difícil modificarlo; sin embargo, suelen ser los poetas los que nos revelan las otras posibilidades que ofrece un sistema. Las grandes civilizaciones de la historia han contado con poemas épicos o con cantares de gesta; algunos surgieron de forma espontánea por autores anónimos y otras veces por encargo de los poderosos como ocurrió con la Eneida de Virgilio. En ambos casos estos textos desempeñaron un papel de liderazgo para que determinadas sociedades transitaran hacia nuevas formas de convivencia, por lo cual queremos enfatizar la importancia de disponer del gran acervo y tesoro universal de la literatura en español para encontrar posibles modelos del habitar poético, como antídoto al extremismo del que hablaba Hölderlin. Aquí es quizá más fácil destacar el incalculable valor de la literatura escrita en español ya que, además de tratarse de un bien de capital con externalidades positivas, que como “Sol de Monterrey” de Alfonso Reyes (“Es tesoro —y no se acaba: / no se acaba— lo gasto.”) puede cumplir un importante papel como punto focal para la acción colectiva que conduzca a la adopción de un nuevo equilibrio capaz de reducir los costos de coordinación y dar un espacio justo a las diferentes visiones del mundo en un coro  armónico donde las confrontaciones se resuelvan de forma poética. Este gran tesoro de la lengua española podrá contribuir a dar sentido a nuestro habitar en la tierra, a nuestra relación con lo cotidiano y con lo divino y podrá otorgar un renovado propósito a nuestras vidas: todo esto, sin duda, es de un valor incalculable.
Rodrigo Garza Arreola es maestro en políticas públicas por la Universidad de Chicago. Ha colaborado en diversos proyectos editoriales e institucionales del Centro de Enseñanza para Extranjeros de la UNAM.

Mireya Tijerina González es economista, con estudios de maestría en economía industrial por la Universidad Autónoma de Nuevo León. Colaboró en la Coordinación de Humanidades de la UNAM y fue encargada del proyecto Museo Universitario San Agustín, Lenguaje, Información, Conocimiento.


Referencias
Foucault, Michel (1968). Las palabras y las cosas. México: Siglo xxi Editores. English edition: The Order of Things, 1994, New York: Vintage Books.

Instituto Cervantes (2022). El español: una lengua viva. Informe 2022. Madrid (https://cvc.cervantes.es/lengua/anuario/anuario_22/informes_ic/p01.htm).
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